Opinión

El contagio del odio

El verano pasado, el asesinato del periodista Foley en Siria, a manos del Estado Islámico, la barbarie descontrolada en Libia, los secuestros y asesinatos de la guerrilla de Boko Haram en África o los sucesos de Fergusson, en Estados Unidos, nos hicieron pensar que no podíamos superar la marca del odio. Ese odio que se consume en sí mismo y que no engendra nada positivo, sólo más odio. Estábamos equivocados. El hombre es capaz de superarse siempre y dejarnos atónitos. El Estado Islámico ha quemado vivo a un rehén jordano, encerrado en una jaula y ha divulgado el video de la vergüenza. Están orgullosos de lo que hacen. Y la respuesta del Estado jordano ha sido ahorcar a una terrorista yihadista que estaba en su poder, y amenaza con hacerlo con otros prisioneros. Y el gran jeque suní Al Azhar insta a 'matar, crucificar y amputar las extremidades' de los yihadistas. 
Ojo por ojo, odio contra el odio. ¿Qué mundo estamos construyendo? ¿Por qué Occidente es capaz de embarcarse en una guerra en Afganistán o en Irak, con resultados escasos o negativos, y está permitiendo que Libia y Siria se desangren, que se multipliquen las víctimas y desde su territorio crezca la semilla del peor odio, el de la intolerancia y la violencia más extrema? ¿Qué ha hecho Occidente en África donde los secuestros y asesinatos de Bokko Haram no han encontrado ninguna respuesta y los terroristas han salido fortalecidos de su desafío? 
Los derechos humanos en este inicio de 2015 están en grave peligro. Lo están en países como Rusia, donde el poder de Putin es absoluto y él marca las reglas del juego; en China, que está endureciendo el control ideológico en la Universidad, en los medios de comunicación y entre los abogados, además de censurar el acceso a las redes sociales, para evitar "el contagio de los valores occidentales"; en Irak y en muchos países de África, donde los cristianos están siendo exterminados o, en el mejor de los casos, obligados a exiliarse y a perderlo todo; en Siria, donde el exilio es la única salida de los que no quieren morir; en Venezuela, donde un dictador elegido democráticamente, está asfixiando a su pueblo* El odio y el miedo están instalándose entre nosotros y no permiten que la dignidad y la libertad sean el territorio fértil donde deben crecer las personas. 
El odio al otro mata más que las balas, es más intolerante que cualquier arma. Por eso los fanáticos no quieren la educación para las mujeres ni para los niños porque la educación acaba reclamando libertad. Me pregunto de nuevo, como lo hacía este verano: ¿dónde están la ONU, la OTAN, los gobiernos democráticos de Occidente, las instituciones no gubernamentales? ¿Cómo es posible que estén permitiendo, dejando crecer esta terrible explosión de odio sin hacer nada? Si no acabamos con el odio, el odio acabará con todos nosotros. Es una enfermedad terriblemente contagiosa.

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