Opinión

Rebelión en Cataluña

Nada explica mejor la situación de España que el viejo aforismo “la causa de la causa es la causa del efecto”. La deriva de Cataluña no la trae solamente de la obsesión de su nacionalismo burgués –hoy desbordado por la izquierda y los antisistema-de sacar todo lo que se pueda de España y proclamar una deuda permanente de los demás con ellos. Es una vieja cantinela de siglos. Se precipita y proyecta cuando un licenciado en Derecho, de Valladolid, sin experiencia laboral y aprendiz de mago, les dice “manden lo que sea, que Madrid lo aprobará”. Resulta imposible examinar ninguno de los más graves problemas de España en que no aparezca la huella de José Luís Rodríguez Zapatero: dio alas al nacionalismo catalán con el resultado que apenas ha comenzado su fase final: la rebelión ante el Estado, que no reconocen. “Manden lo que sea”. Esta irresponsabilidad quedará marcada a fuego para la historia.
Nos esperan días convulsos y ejemplares. De la batalla entre el Estado y los rebeldes saldrá una España rota o una España fortalecida. Pero si sale una España rota será el principio del fin de nuestra historia como nación unida. Detrás de unos irán otros, no en vano desde el propio gobierno vasco a Arnaldo Otegui han dicho que el modelo a seguir es el catalán.
La respuesta del presidente del Gobierno Mariano Rajoy a la declaración de la presidente del Parlamento autónomo de Cataluña y al inicio del proceso de creación del Estado catalán, mediante “la apertura de un proceso constituyente ciudadano, participativo, abierto, integrador y activo para preparar las bases de la futura constitución catalana", era formalmente el que cabía de esperar y los pretendidos “constituyentes” catalanes lo sabían.
Destila cierto sentido del humor que la nueva presidente del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, veterana expendedora de odios, que niega la condición de catalanes a quienes no asumen sus postulados, haya finalizado con una declaración de intenciones con una llamada a "superar la etapa autonómica de Catalunya" para constituir un proceso "constituyente", eso sí, no sin antes prometer de nuevo que hará todo lo que esté en su mano por presidir un Parlament  “de todos y todas, sin exclusión".
Su hoja de ruta está claramente trazada y anuncia, sólo razones estratégicas o cierta apariencia de cuidar las formas puede retrasar un proceso que no tiene vuelta atrás. Es decir, hay que deternerlo.
Rajoy no es un hombre para la historia: melifluo en la expresión, a medio camino, sin contundencia, era el momento de ser firme, más firme y hablar claro. Añadamos que esta grave crisis de Estado nos coge al comienzo de un periodo electoral, donde si los españoles no somos lo suficientemente responsables y visionarios el proceso puede suponer que la vieja España afronte un proceso sin parangón en las más graves de nuestro pasado.
Ante una crisis de tal gravedad no cabe seguir empeñados en amenazar a los sublevados con el Tribunal Constitucional. Ya han dicho –y ya hemos visto- por donde se pasan sus sentencias. Son precisas medidas ejecutivas, valiente, la amparo de la Constitución, pero sin temores, sin complejos, sin dudas.
En los días siguientes, o se suspende la Autonomía de Cataluña y si la resistencia se empecina, y se establece el Estado de Sitio, o la independencia de una parte del territorio de España seguirá dando pasos y desafianzo al Estado. Es evidente que esto suena muy duro, pero ¿cómo suenan las declaraciones de los dirigentes nacionalistas?
Y lo peor es que hay españoles que claudican, que por simpatía, temor, complejo o porque quieren imitar el proceso, comprenden, disculpan y reconocen al vecindario civil de Cataluña unos derechos a decidir por todos lo que nos importa a todos. Siguen diciendo que hay que negociar: ¿negociar qué?, ¿negociar con los que no reconocen al Estado? Primero que se apeen de la quimera, que vuelvan al redil de la Constitución, y luego, hablaremos.
 

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