Opinión

¿Cómo llamarán los historiadores a la crisis de nuestro tiempo?

Los historiadores han bautizado siempre de manera expresiva las grandes crisis históricas de España. Pero tras las más recientes, no siempre han aparecido en el panorama personajes del valor intelectual y moral como la generación que siguió a nuestro desastre del 98 y que se enfrentaron a redefinir España, como las generaciones del propio 98 y del 17.
La crisis social del país, con un paro y una miseria creciente en amplias capas de la sociedad, que en otro lugar justificaría los estallidos aquí atemperados (porque hay mucho empleo sumergido también), la provocada crisis de la propia identidad nacional, la baja calidad de los políticos en presencia, el descrédito de los viejos partidos de las viejas mayorías, o el mesianismo dogmático de la nueva escolástica de la izquierda bolivariana son elementos perturbadores que, combinados entre sí, provocan un cóctel explosivo. Únase a eso la corrupción generalizada en los grandes y pequeños partidos, los desorbitados privilegios de la clase política frente al ciudadano de a pie, el desprestigio y escasa utilidad de la propia Monarquía, sobradamente amortizada por la historia, y el disparatado a insostenible estado de las autonomías, y concluiremos que de ésta va a ser difícil salir.
En los momentos de debilidad, de quiebra de la idea de España, resurgen fenómenos de tal mal recuerdo como el cantonalismo aldeano y, lo que es peor, la abierto y no conjurada como se merece rebelión de Cataluña. Pero la culpa no es sólo de quienes quieren reescribir y reinventar la historia, sino de sujetos que la propiciaron, como Zapatero o de quienes la permitieron como Rajoy.
Este 2016 puede ser otro año del desastre, pero peor porque no es que perdamos vidas, bienes y territorio como en el 98, es que perdemos la propia identidad nacional y el anhelo de un proyecto de vida común, los unos con los otros y los unos para los otros.
Con un gobierno provisional, con la incierta probabilidad de formar uno estable que avance en todos los frentes, y con la rebelión de Cataluña abiertamente proclamada, a pesar de la propia miseria moral de su dirigente máximo, nos esperan días difíciles. Muy difíciles.
¿Qué dirán de nosotros los españoles del mañana, si sigue existiendo España, del país o de lo que quede de él que les dejaremos?
¿Y los historiadores qué escribirán? Quizá este sea el tiempo de los hombres romos en una nación de la que el socialista Sandro Pertini, el más querido presidente que haya tenido nunca Italia, dijo que era “Uno de los grandes pueblos de la historia”.
 

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