Opinión

Los tres falsos mitos del nacionalismo catalán

Yo me he cansado de repetir que, estrictamente, a ver quién puede sostener que, desde el punto de vista jurídico, los catalanes sean algo distinto que el resto de los españoles, sino simplemente unos ciudadanos que tienen vecindad civil en esta comunidad, y por tanto, son sujetos activos y pasivos –en su caso- de las particularidades del Derecho Civil foral y de los derechos y deberes que se desprenden de su Estatuto de Autonomía. Pero aparte de ello o, mejor, por encima de ello, está el marco general de la Constitución que nos iguala, acoge y obliga a todos.
Es incompresible que, en un asunto que nos afecta a todos, la existencia de España como nación unida, haya españoles de otras comunidades, partidos y organizaciones que se plieguen en reconocer a los catalanes derechos absolutos, particulares, propios y diferentes a los demás españoles en cuanto al ejercicio de la propia soberanía nacional como si ésta pudiera cuartearse o dividirse por cuotas. El discurso de Podemos es en este caso una contradicción: quieren imponernos a todos un determinado modelo de sociedad, pero que los catalanes vayan por su cuenta.
Y el asunto se complica si insistimos en preguntarnos ¿quiénes son los catalanes? Obviamente, hemos de escapar del concepto étnico, aunque a alguno le gustaría que lo fuera y recuperar la condición exclusiva de los descendientes de los franco-carolingios. Y en este caso, de paso, podríamos tomar como modelo para reconocer “al catalán catalán” las leyes raciales de Nüremberg y sus curiosas gradaciones a la hora de definir la pureza de sangre aria. Ya sé que es un disparate. Por tanto, no queda otro remedio, a mi entender, que la vecindad civil: las personas que viven en aquella comunidad (de nacionalidad española), con independencia de su origen, sobre todo si se sienten catalanes. Y si no, también en cuanto al Derecho.
Junto a este argumento hay otros dos con los que se puede desmontar el mito sobre el que se instala el independentismo (aparte del factor emocional y sentimental, legítimo, sin duda, pero al que no pueden reconocerse efectos jurídicos que diferencie a unos de otros españoles). Que Cataluña tiene otro idioma oficial aparte del castellano, cierto. Que tiene determinadas particularidades culturales y folklóricas. Verdad es. Allí se baile la sardana como en Galicia la muiñeira o en Aragón la jota. Gran verdad. Han tenido la suerte de que España haya reconocido y ellos recuperado una institución histórica de gobierno, la Generalitat. ¿Qué hubiera pasado si otras regiones de España, con el mismo impulso nacionalista reclamaran lo mismo? ¿Acaso los Fueros de León no son tan legítimos como los catalanes o incluso anteriores….?
El primero de esos mitos que sostiene gran parte del argumentario nacionalista es que España es una potencia colonial, invasora y agresora que ha privado a Cataluña de su independencia y libertades. Es una manipulación tan grosera como falsa. Sobre todo, cuando se remite a episodios recientes de nuestra historia, donde una guerra de sucesión que deviene en confrontación civil, no territorial, se convierte en una campaña de España contra Cataluña.  No vale la pena insistir en eso.
Y está lo de “España nos roba”. Casi resulta manido tener que recordar la serie de beneficios exclusivos de que ha disfrutado Cataluña gracias al sistema de protección arancelaria y de inversiones del Estado en aquel territorio ya en el anterior régimen, donde se colocaron buena parte de los fondos de las Cajas de Ahorro en función de los coeficientes que retenía y controlaba el Estado directamente sobre los depósitos de estas instituciones. Pero, aparte, en Cataluña, como en el resto de España, tributan las personas individualmente. O sea, que un extremeño o un murciano que viva y trabaje en Barcelona, además de contribuir a la riqueza de Cataluña, estará encantado de que, a través de los fondos de solidaridad entre los territorios, una parte simbólica de su contribución pueda ayudar a las regiones menos favorecidas.
La situación económica de Cataluña es fruto de quienes la gobiernan, que siguen abriendo embajadas por el mundo mientras no tienen para pagar la farmacia.
Debo confesar que el asunto de Cataluña me aburre, incluso ahora que pretenden librarse del Estado a las bravas en abierta rebelión y desprecio del marco general de convivencia que son la Constitución y las Leyes, donde toda pretensión es legítima, incluso la suya de dejarnos. Y frente a eso sólo cabe una respuesta firme, sin tibiezas ni complejos.
 

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