Opinión

Los cien días de Felipe VI

Qué curiosa coincidencia!: Casi todos los analistas que escriben estos días sobre los cien primeros días de reinado de Felipe VI coinciden en la expresión “nuevos gestos, nuevo estilo, nuevo protocolo, etc”., para aplicar el pretendido cambio en la institución que encarna el heredero del sucesor a título de Rey de una monarquía que fue reinstaurada contra lo que se llama “la tensión de la historia”. O sea, que es una política de gestos. Decía don Manuel Azaña que puede haber una monarquía sin monárquicos, en tanto es imposible una república sin republicanos. Lo primero es evidente; lo segundo seguro.
Ningún otro pueblo en Europa ha tenido tanto ahínco ni ha intentado tantas veces acabar con la monarquía como lo ha intentado el español. Pero como dices el profesor Rojas, incluso cuando se pelean entre ellos y colocan el reino en el abismo, “los Borbones siempre vuelven”. Felipe VI intenta convencer a los españoles de que la monarquía es necesaria, cuando para muchos ya cumplió su ciclo histórico más que sobradamente. Quizá el primero que fue consciente de ello fue el propio Juan Carlos I, quien tuvo a bien abdicar -¿para salvar la institución?- sin haber tenido a bien, hasta la fecha, explicarnos los motivos de su decisión, cosa que seguimos ignorando. Pero la “tensión de la historia” no se puede borrar. Ahí sigue y parece que ha instalado en los más jóvenes.
¿Pero qué ha hecho de extraordinario o singular Felipe VI en estos cien días? Según quienes llevan la cuenta de sus aciertos, algunas cosas son tan obvias o lejanas que casi da vergüenza enumerarlas: Ha prohibido que los miembros de la familia real participen en negocios privados. ¡Caray!. Desde la anterior infanta Cristina a nuestros días, ¡menudo expediente familiar! Pero eso ya lo impone el sentido común y la norma analógica que ataña a todos los funcionarios públicos con relación a su estatus, y la familia real acoge a los primeros empleados del Estado.
Lo de la auditoría externa ya estaba previsto cuando se acogieron a la “Ley de Transparencia”, mientras se sigue ofreciendo a los españoles la tramposa cuenta de no sumar al presupuesto de la Casa Real las elevadísimas partidas de gastos que generan en otros ministerios. Ni tampoco su fortuna ni sus bienes en el extranjero, aunque a veces emerjan cuentas como las de la pretendida herencia del conde de Barcelona en Suiza.
Se dice que el otro objetivo, la que quiere que sea la marca Felipe, es la cercanía. Entre los tres millares de invitados a su primera recepción como rey incluyó a los “colectivos de gays y lesbianas”.  Fue un error enumerar a estas personas como “colectivo”, cuando si fueran los socios de un club de fútbol. A quienes se les ocurrió la idea deberían saber que la normalidad es precisamente que estas personas son como los demás, sin que, como dice la Constitución, se les pueda discriminar, aunque sea positivamente. En la recepción no se puede agrupar a las gentes por su sexualidad, sino por otros criterios de representación social. En las redes sociales muchas de estas personas protestaron: “no somos un colectivo, dijeron, somos personas como cualquiear otras”. Por lo tanto, cada invitado no se caracterizó por su tendencia íntima, sino por pertenecer a una corporación, una entidad, un cuerpo, etc.
Por muchas vueltas que se le quiera dar, la cuestión de fondo sigue pendiente y nada parece indicar que ese 70 por ciento de menores de 40 años acepte o tenga simpatía por la monarquía. En estos cien primeros días de mandato, no han faltado las incongruencias. Su Majestad Católica no celebra una ceremonia religiosa de exaltación, aunque ser católico sea una condición habilitante que estableció el creador de la monarquía de la que fue sucesor su padre para encarnarla. El estado es laico, pero la monarquía no. Pero eso se arregla para contentar a todos con una primera visita al Papa. Claro que lo que hemos visto son gestos. Eso es, gestos.
¿Y qué decir de la paradoja de que el primer empleado del Estado, que manda a sus hijas a una escuela privada, inaugure, precisamente en Galicia, el curso escolar en la Escuela Pública, en la que no parece creer ni considerar buena para educar a su prole? Gestos.
La monarquía en España ha cumplido su ciclo histórico. Así que de momento hay que ir tirando, eso sí, bajo la tutela de los dos grandes partidos dinásticos, PSOE y PP. Y de algunos medios, donde parece que va a volver a reproducirse el pacto de silencio que durante más de treinta años ocultó a los españoles los trapos más sucios de esta institución que no ha tenido precisamente un carácter ejemplar.
Hay síntomas más que preocupantes de que podemos estar volviendo a viejos usos del pasado en el tratamiento de las cosas de la Corona Y no me refiero sólo a los programas de la televisión basura o las revistas del corazón. De manera muy gráfica, el profesor Zugasti, de la Universidad del País Vasco, que estudió el papel de los medios en el asentamiento de la monarquía personificada en el Rey Juan Carlos, durante la llamada “Transición política”, tituló su investigación “La legitimidad franquista de la Monarquía de Juan Carlos I: un ejercicio de amnesia periodística durante la transición española”. Esa amnesia duró 36 años, hasta que la dura realidad obligó a dejar de mirar para otro lado. 
Es necesario crear escenarios que nos hagan olvidar que un cuñado de rey está acusado de delitos que conllevan más de veinte años de cárcel o que la propia hermana del monarca puede ser procesada…Y esta misma semana nos enteramos de que el padre, la abuela y una tía de la reina han sido procesados por otro delito grave que se castiga con más de dos años de cárcel. ¿En qué familia pasa esto?
¿Hemos empezado una nueva etapa de la luna de papel?

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