Opinión

El intelectual se aleja

Juan Carlos Monedero deja la dirección de Podemos justo cuando otros intelectuales, como Ángel Gabilondo o  Luis García Montero, vuelven o llegan a ella convencidos de que tienen que manchar su ropaje con el polvo del camino, que el momento histórico merece que su compromiso  político se concrete en acción política. Monedero es el “intelectual” de Podemos, en palabras de su secretario general, Pablo Iglesias, uno de los ideólogos de primera hora del movimiento indignado convertido en partido político tradicional. Su dimisión de su cargo directivo de Podemos, además de por la vertiente personal, puede abordarse desde los presupuestos que se utilizan cuando se produce una convulsión interna en cualquiera de los partidos de la ‘casta’, o desde la lógica interna de la nueva formación, que considera traicionada.
Como politólogo, Monedero conoce perfectamente las consecuencias que para un proyecto tiene la exteriorización de las disensiones internas en su poyo popular. Los electores castigan a los partidos que se miran el ombligo y que no son capaces de mantener el orden en su casa. Bajo esta premisa, el ex número tres de Podemos, le acaba de hacer un roto a su formación, por mucho que sostenga que da un paso atrás para recuperar impulso, contraviniendo uno de los postulados fundamentales de la izquierda tradicional, en la que se inscribe esta formación por mucho que se vistan ahora de un traje socialdemócrata, que parece que no es el que se ajusta a la talla de Juan Carlos Monedero.
Podemos, en el camino que va de movimiento sociopolítico a partido se ha dejado muchos pelos en la gatera. Para ganar en eficacia han laminado a los sectores críticos, han impuesto el centralismo democrático, han abandonado a la militancia de base agrupada en sus círculos y los militantes han respondido con una escasa participación en los procesos de elección de los dirigentes regionales y los candidatos autonómicos, lo que revela apatía o desencanto.  La transversalidad para captar gente de todos los partidos tradicionales a los que pretendía superar y su deseo de ocupar la centralidad, donde se ganan las elecciones, han supuesto una convulsión interna puesto que ha ido acompañada del abandono de sus propuestas más rompedoras e ilusionantes para muchos votantes que confiaban en su discurso ‘anticasta’.
La dimisión de Monedero pone de manifiesto dos postulados políticos inamovibles. El primero que cualquier partido de izquierda lleva en su seno el germen de la división, que explota en el momento más inoportuno y ante la mínima dificultad y cuando se trata de compaginar ideología y trabajo de campo; en segundo lugar, que un año en política puede ser eterno, porque nadie regala nada a quien llega al ruedo político a desalojar a otros de su espacio y más con la vitola de pureza cuando se tiene detrás un pasado que no se puede ocultar por mucho que se trate de disimular y justificar, y más cuando es preciso actuar sobre el terreno, bajando de las concepciones teóricas a los hechos tangibles.
 Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero intercambian cucamonas y afirman que su amistad no está dañada. Pero la amistad en política no es un valor que cotiza al alza, y los elogios mutuos anticipan una lucha ideológica en la que el intelectual que se aleja es en la que se mueve bien.

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