Opinión

El rey en Barcelona

Los hechos insólitos o novedosos provocan reacciones encontradas, análisis de pros y contras, consecuencias a posteriori y la inevitable utilización interesada del éxito o el fracaso o de ambas cosas a la vez según quien exprese su opinión. La presencia del rey Felipe VI en la manifestación de hoy en Barcelona provoca una de estas situaciones que desde la Casa Real, el Gobierno y la Generalitat durante el transcurso y tras su celebración, deben manejar con muchísimo tiento.
Que el rey acuda a una manifestación como cabeza de la principal institución que vertebra el país tras el reconocimiento de que la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emana los poderes del Estado, como cabeza de la monarquía parlamentaria (art. 1.3), no tendría que suponer un problema mayor por su carácter  representativo de todos los españoles, -en tanto en cuanto no se produzca una reforma constitucional que diga lo contrario- y, como tal, personificación del deseo de toda una nación de conjurar el miedo y mostrar la unidad en la lucha contra el terrorismo yihadista.
Cierto que la Constitución atribuye al rey un poder moderador y de árbitro, que Felipe VI, en estos primeros años de reinado ha evitado ‘borbonear’ y se ha mantenido al margen de las discrepancias políticas, y eso que le ha tocado lidiar también con una situación inusual como la vivida con la repetición de las elecciones generales y que ahora vive también un proceso independentista que quiere desgajar una de sus partes de España y cuyos dirigentes quieren crear la República Catalana. Habrá por tanto quien considere que el rey debiera mantenerse al margen de una manifestación que de una u otra forma, además de manifestar la repulsa por los atentados terroristas supone también una expresión de carácter político relacionada con el mantenimiento y las garantías de mayor efectividad para asegurar la seguridad de los ciudadanos y hay discrepancias sobre la mejor forma de hacerlo. Y habrá quienes se verán representados en Felipe VI, mejor o en la misma medida que por los dirigentes políticos.
Con su presencia en Barcelona el rey asume riesgos políticos que serán puestos de manifiesto por quienes quieren un cambio de forma de estado, que no es en modo alguno una de las prioridades del debate político, pero la ocasión lo merece por su significado simbólico, pese a que ya ha habido quien ha querido censurar un gesto tan humanitario como la visita de los reyes a los heridos en los atentados, algo también insólito, pero sobre lo que la Casa Real ya se había cubierto las espaldas. Conferir a la presencia de Felipe VI el carácter de gesto relacionado con la popularidad de la Corona es también inadecuado cuando se trata de sumarse a la unidad de todo el país como elemento esencial en la lucha contra el terrorismo yihadismo y en la defensa de los derechos y libertades que pretenden cercenar.   
Todas las instituciones, los parlamentos y gobiernos nacional y catalán, y el  ayuntamiento de Barcelona han hecho un llamamiento a una participación masiva en la marcha de hoy. Ante la excepcionalidad de los atentados el rey Don Felipe asume un nuevo aspecto de su papel institucional que al ponerse al mismo nivel que el resto de los ciudadanos en la expresión del dolor y la unidad consolida el valor de su figura.

Te puede interesar