Opinión

Certezas y ambigüedades con Podemos

Tras las elecciones europeas del pasado año los dirigentes de Podemos sabían lo que querían ser de mayores: el partido que se iba a convertir en la principal fuerza política de la izquierda que iba a sobrepasar al PSOE y a disputar la presidencia del Gobierno al Partido Popular. Para lograrlo decidieron convertirse en un partido de corte tradicional con una dirección potente y con la disidencia interna arrinconada, y al mismo tiempo que perdía parte de su ADN en esa trayectoria se empeñaba en hacer un discurso ‘transversal’ para captar votos de todos los lados, cuando los ciudadanos identifican a la formación como una organización de izquierdas, y sus propuesta de pactos y coaliciones así lo indican. 
En efecto, la única certeza es que el partido de Pablo Iglesias está situado a la izquierda del PSOE en el espectro político, en un espacio que ocupan algunas formaciones regionales con la que ha suscrito principios de acuerdo para concurrir en la misma lista en la elecciones generales, y sobre todo Izquierda Unida, de la que no quieren oír hablar para integrar una candidatura común en toda España a pesar de las evidencias del beneficio del pacto. Si bien la extrapolación  de datos de unas elecciones a otras produce distorsiones, hay un principio que no se puede rebatir, en política uno más uno suma más de dos, tanto por el sistema electoral  actual como por el efecto de arrastre que tendría una coalición de dos fuerzas de izquierdas con planteamientos e intereses similares, y que condena a ambos partidos al papel de compañeros de viaje del PSOE, si llegara el caso, y a rebajar sus posibilidades de ser factores fundamentales del cambio político. Si las expectativas no se cumplen, Pablo Iglesias y su equipo tendrán que responder de la oportunidad y del tiempo perdido por una apuesta que solo es entendible desde el punto de vista organizativo – a ver quién tiene la primogenitura a la izquierda de la socialdemocracia- pero menos desde el de llevar a cabo un programa transformador.
Así, va camino de convertirse en otra certeza que PSOE y Podemos –la coalición más celebrada por los encuestados en el último barómetro del CIS- están condenados a entenderse tras los guiños mutuos y las declaraciones acerca de que por primera vez el partido más votado en unas generales puede ser que no gobierne, y  aunque desde Podemos advierten del riesgo de ‘gran coalición’ saben perfectamente que esa idea está alejada de los planteamientos de la dirección socialista y que los pactos poselectorales se darán bajo la división tradicional de partidos de izquierda y partidos de derecha, salvo que Ciudadanos tenga la suficiente fuerza como para ser decisivo en una coalición a la andaluza, una posibilidad que las encuestas no recogen por el momento.      
En el debate territorial, que es el primero que va a pasar por las urnas el próximo 27-S en Cataluña, Podemos tiene una certeza: España es un estado plurinacional. Pero luego la ambigüedad se apodera del discurso cuando su ‘número dos’ se muestra partidario de que los catalanes decidan solos sobre su futuro, para reconocer a continuación es que será muy difícil que ese derecho se materialice y expresar su deseo es que Cataluña permanezca en España. Cuando un partido lo quiere todo en una situación polarizada, es difícil saber lo que quiere. 

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