Opinión

Aznar de nuevo

El expresidente del Gobierno, José María Aznar presenta mañana el segundo tomo de sus memorias, tituladas “El compromiso del poder”. Son un elemento más para conocer aspectos esenciales de nuestra historia reciente vistos desde la cúspide del poder y relatados en primera persona por su protagonista y también para conocer la intrahistoria de algunas decisiones que han marcado una etapa política. Pero, como todas las memorias, están escritas a beneficio de parte, porque para las críticas ya están los adversarios políticos y personales que se han quedado por el camino. Por eso no dejan de ser una aproximación parcial, un dato más, y alguna cosa se habrá dejado en el tintero cuando reconoce que le ofrecen una buena cantidad de dinero por la publicación de sus famosos “cuadernos azules” que guarda en una caja fuerte y que atesorarán esos secretos íntimos, o esas reflexiones personales que todavía no considera oportuno que salgan a la luz.

Obligado por la editorial que publica sus memorias, Aznar va a estar unos días en el candelero: prepublicación, entrevista, presentación, quizá algún bolo más, que han permitido al expresidente dar su versión exculpatoria en dos de los asuntos que condicionaron su segunda legislatura, la de la mayoría absoluta y la de la falta de diálogo que había caracterizado la primera. Hasta que punto se equivocó con la decisión de participar en la guerra de Irak, que no contaba con el respaldo de la legalidad internacional y en contra del criterio de la mayoría de la sociedad española, ha quedado suficientemente demostrado, y a la vista esta que ‘la vieja Europa’ que se opuso a los designios de George W. Bush a la que quería pasar por la derecha, es la que sigue marcando el rumbo del continente.

El “informe privado” del director del CNI que recibió dos días después de los atentados del 11-M en el que afirma que cualquiera de las dos hipótesis sobre la autoría –ETA o islamistas-, tenía los mismos visos de verosimilitud, es revelador, porque en los primeros informes hechos públicos se señalaba a ETA sin ningún género de dudas, basándose en sus acciones previas, sin tener en cuenta que fue Arnaldo Otegi, -condenado luego como dirigente de ETA y por tanto algo sabría- el primero que salió a negar que la banda terrorista estuviera detrás de la masacre pero, con las elecciones en juego, se mantuvo la teoría etarra que dio pie a la peor gestión política e informativa posible de la tragedia.

Que las relaciones entre Aznar y Rajoy son frías no es ninguna novedad, ni ellos mismos se esfuerzan ya por ocultarlo, y las apariciones y declaraciones públicas del expresidente, son aguijonazos a la política del Ejecutivo tanto ante la cuestión catalana, en la que le enerva la pasividad de Rajoy y en la que echa de menos una respuesta contundente, como en la política económica que le parece poco liberal.

Aznar cuenta con un buen número de seguidores dentro del PP que le jalean y quizá los baños de multitudes que aún recibe le impiden ver con claridad que su tiempo político ya ha pasado. Su amenaza difusa “si quisiera desafiar a alguien, lo desafiaría. Si yo quisiera volver, volvería”, ofrece, en efecto, una idea clara acerca de cual es su talante político y se trata más de una bravuconada que de una posibilidad con visos de materializarse, en un partido en el que tendría muy difícil volver a hacerse con los mandos sin ocasionar una grave fractura cuando, por el contrario, su presencia sin mando en plaza como teórico guardián de las esencias atrae los votos de la “derecha sin complejos”, sin asustar a los votantes más centrados del Partido Popular.

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