Opinión

Lo que va de Tabarnia a la ínsula Barataria

Hace muchos años, allá por 1995, hacía como que reinaba en Cataluña Jordi Pujol, Albert Boadella y Els Joglars pusieron en escena una obra, creo que se llamaba 'Ubu President' -basada en el Ubu Rey de Jarry-, en la que el entonces president de la Generalitat aparecía veladamente como un pequeño y ridículo dictador. Ningún funcionario se atrevió a ser visto asistiendo al espectáculo que hacía reír a toda Barcelona. Ahora sigue la comedia: Boadella es propuesto como presidente de esa Tabarnia, separada del resto de Cataluña, que es esa broma que los independentistas, en pleno proceso de desconcierto, se toman tan en serio y tan a despecho en una Cataluña dominada por el más feroz surrealismo. Incluso las elecciones del pasado 21 de diciembre fueron surrealistas, una pesadilla daliniana. Pero, claro, ha llegado el momento de hablar en serio, que es algo que en estos pagos se va haciendo cada día más raro. Y hemos de hacerlo ya dentro de pocas horas.
Porque el caso es que, en dos días, se constituye el nuevo Parlament catalán, en el que tendrá lugar, a finales de mes, una sesión de investidura que contará como protagonistas a tres personas: una, huida en Bruselas, que pretende ser elegida ¡telemáticamente! al frente del Govern catalán separatista; otra, encarcelada en Estremera, que pretende lo mismo, pero no telemáticamente, sino a saber cómo. La tercera persona es, paradoja de paradojas, president (accidental) de la Generalitat, pero reside en Madrid, no ha pisado el Palau de la plaza de Sant Jaume, está deseando quitarse esta pesadilla de encima, se llama Mariano Rajoy y vive los peores momentos de su vida política. Los peores. Con Albert Rivera pisándole los talones en las encuestas y en la calle. Con la prensa internacional interrogándose qué diablos pasa no en Cataluña, sino en el resto de España. Y con su partido, el PP, inquieto; pero no, mire usted qué curioso, por el riesgo de secesión territorial, sino por qué va a suceder con sus vidas políticas, hasta ahora tan confortablemente instaladas.
O sea: que estamos comenzando 2018 como comenzamos 2016 y 2017: sumidos en la inseguridad, buceando en una coyuntura inédita en una España dividida que va cayendo en los `rankings` internacionales y, aun más grave, en los de la propia autoestima. Solo que ahora la cosa se adereza con que todas las miradas se centran en qué diablos vaya a ocurrir en Cataluña de aquí al 2 de febrero, mientras al Gobierno central solo se le ocurre sacar pecho porque ya hemos recibido ochenta y tantos millones de visitantes extranjeros. Brillante.
Supongo que la controversia en torno a quién presidirá el Parlament, en sustitución de aquella señora Forcadell que a comienzos de septiembre allí ensayaba un golpe de Estado, durará muy poco: será una figura independentista, que son los que tienen mayor número de escaños, aunque sean encarcelados o huidos, y esa figura será probablemente Ernest Maragall, de Esquerra, ex socialista, hermanísimo del ex president Pascual Maragall y representante máximo de esa línea delgada que, a comienzos de la primera transición, separaba apenas a los `convergentes` de los `socialistas pata negra` (es decir, no `los obreros`). Tan delgada era esa línea que se aseguraba que los compañeros de estudios Narcís Serra y Miquel Roca sortearon cuál de los dos se integraría en CDC o en el PSC, tan semejantes eran entonces ambas formaciones.
Ahora, las cosas son muy distintas. Roca, uno de los padres de la Constitución`, anda por ahí dicen que sin entender ya lo que ocurre en `su` Cataluña, y de Serra ya sabemos sus trapisondas al frente de una Caixa, tras haber salido como salió de un Gobierno de Felipe González en el que era vicepresidente. De aquellos polvos, quizá, y de mirar hacia otro lado cuando Pujol hacía de las suyas en Banca Catalana, vienen estos lodos. Y estos lodos, en vísperas de que se constituya el Parlament salido de las urnas el 21-D, nos hunden en la situación jurídica, política, moral y anímica más extraña que a país alguno le haya tocado vivir: dos aspirantes a presidir Cataluña que se encuentran en circunstancias imposibles; otra aspirante más, que ha sido quien ha ganado las elecciones, que no puede encabezar la Generalitat porque no tiene la mayoría suficiente. Y una nación entera, llamada España, rehén de una Comunidad Autónoma de la que quisieran marcharse muchos para constituir una Tabarnia quimérica de cuya gobernación se encargaría a un comediante, y a mucha honra.
Añádale usted a todo esto una ya no muy soterrada polémica jurídica sobre si los presos pueden o no votar y presidir gobiernos, para no hablar ya de lo que pueden o no hacer los autoexiliados, más unas gotas de Gobierno central al parecer sumido en el pasmo y una oposición cuando menos dividida, y he ahí el resultado: sírvase frío y tendremos una Tabarnia, o Tabarña, tan real, al menos, como la ínsula Barataria que cantaba Cervantes: "diéronle a entender que se llamaba `la ínsula Barataria` o ya porque el lugar se llamaba `Baratario` o ya por el barato con el que se le había dado el gobierno". Ay, si el manco de Lepanto, el padre del surrealismo André Breton y el caricato de Barcelona pudiesen unir sus fuerzas en una sola obra, saldría una ínsula Tabarnaria en la que lo presencial se confundiría con lo presidencial, lo cortés con lo demente y las tèmporas con eso otro. El espectáculo va a ser de correr para ocupar la primera fila. O para echarse a correr.

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