Opinión

El único amigo que le queda a Pedro Sánchez

Las muy divergentes calificaciones de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado en torno al futuro penal de los políticos secesionistas catalanes presos —ya sabe usted: rebelión o no rebelión, con ochenta y un años de petición de prisión de diferencia— está provocando un terremoto de impredecibles consecuencias. Con el Legislativo mayoritariamente en contra —el independentismo catalán ha anunciado que no apoyará los Presupuestos—, con el Judicial muy, pero que muy, alterado por todo lo que está pasando, con la Iglesia irritada tras la pésima gestión de la vicepresidenta Calvo en El Vaticano a cuenta del 'affaire Franco', con los medios mayoritariamente críticos con su trayectoria, a Pedro Sánchez ya solo le queda un amigo. Y, en mi opinión, con amigos como ese para qué quiere enemigos.
La Fiscalía está que trina ante esa 'maniobra' del Gobierno, que el Gobierno desmiente, de inducir a la Abogacía del Estado, que depende directamente del Ministerio de Justicia, para que borre incluso las palabras 'rebelión' y 'violencia' de su escrito de acusación, mientras que el de la Fiscalía repite esa palabra maldita, 'violencia', hasta en 23 ocasiones. Con el resultado, ya digo, de que la primera pide 116 años de cárcel para Oriol Junqueras y los otros encarcelados y/o acusados, mientras que la segunda solicita 177 años. Sí, el Gobierno, por boca de la vicepresidenta y de la ministra de Justicia, niega haber presionado a la Abogacía, contra lo que aseguran que ha ocurrido la oposición y algunos medios de comunicación. Sucede, desafortunadamente, que doña Dolores Delgado carece a estas alturas de la suficiente credibilidad, tras todo lo que ha pasado, a los ojos de la opinión pública. Y de la publicada. Y doña Carmen Calvo se está revelando, ya digo, como un auténtico desastre. Y, además, con rostro furioso ante las críticas.
Así que al presidente Sánchez le quedan ya pocos amigos —válidos— incluso en su propio Consejo de Ministros.
El único amigo, no sé si válido ni valioso, que le queda a Pedro Sánchez, y que es su único aliado para mantenerse en La Moncloa, está ayudando no poco a horadar la Monarquía. Y a difundir la sensación de que el Ejecutivo miente, o disfraza la realidad, cuando dice que no le ha enviado a él a negociar en Lladoners con Oriol Junqueras, y que la iniciativa ha sido solamente del amigo, por su cuenta y riesgo; lo cual, si se tiene en cuenta la posición de 'vicepresidente in pectore' de la que el amigo hace gala, resultaría aún peor. Si el Gobierno quiere negociar con el líder de Esquerra, que lleva un año encarcelado en prisión preventiva, lo cual es molesto para todo el mundo, que lo haga desde el propio Ejecutivo, discreta y más eficazmente de lo que se ha registrado hasta ahora. Luego, del indulto, que el 'Mandela de Lladoners' dice que rechazaría, ya hablaremos.
Y además está lo de la Corona: tiene perfecto derecho el único amigo de Pedro Sánchez a criticar a la Monarquía, faltaría más. Pero resulta que el amigo, el ya citado Sánchez, ha jurado, prometido, fidelidad a la Constitución monárquica y defender la figura del jefe del Estado. Una figura, a mi juicio admirable, pero que cada día está más comprometida por todo este tejemaneje, por esta crisis de Estado que no cesa, sino que aumenta. Por este 'lío político' ante el que todos, empezando por los empresarios, están "acojonados", según la poco hiperbólica definición nada menos que de Juan Roig, uno de los hombres más fuertes de la economía productiva en España.
Y Sánchez pues eso: se ha echado en brazos de su amigo, que le abandonará como un mal desodorante en la primera vuelta de la esquina. De momento, ambos se necesitan para alcanzar al menos pactos locales y autonómicos en las elecciones de mayo. Y se necesitan ante unas nuevas elecciones generales, ya que Sánchez ha renunciado, parece, a la posibilidad de formar un futuro Gobierno de coalición de centro-izquierda.
Así, la amistad con el líder de Ciudadanos es ya imposible y un acercamiento de posiciones a Pablo Casado resultaría impensable. A todo esto, sumado a la crisis del poder Judicial, el independentismo catalán se ha enfadado con el presidente del Gobierno central, acabando con toda posibilidad negociadora; los nacionalistas vascos saben que ya no pueden obtener más contrapartidas de este Gobierno; los medios de comunicación ya no son, en general, meros espectadores, sino críticos implacables; las instituciones se cuartean; el Parlamento es una cámara —dos— de vociferaciones inútiles (¿para cuándo el debate sobre el estado de la nación?); los empresarios se `acojonan`, lo mismo que muchos presidentes autonómicos, que, desde su lógica, no entienden nada...
Menudo panorama. ¿Qué hacer? Pues probablemente lo único que queda es lo que el amigo de Pedro Sánchez desaconseja con mayor viveza: ir pensando en una salida honrosa convocando elecciones tras lo que ocurra el 2 de diciembre en Andalucía, que a este paso vaya usted a saber qué es lo que ocurrirá ,tras el debilitamiento obvio en el PP a raíz de las filtraciones sobre el 'caso Cospedal'. ¿O habría que llamarlo también 'caso Javier Arenas'? Curioso que la misteriosa filtración haya salpicado ahora, precisamente ahora, a quien maneja los hilos territoriales en el que algún día quiso considerar su feudo andaluz, ¿no?
Tormenta perfecta, pues. Y el amigo, que es de secano, al timón, mientras el capitán del barco se mira al espejo, a ver si todo esto le está encaneciendo demasiado el cabello, que ya se lo ha advertido Iván, que ya no es tan, tan amigo como lo es, por ahora, 'el' amigo, dicen. Pues menudo follón.

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