Opinión

Rajoy no es un melómano. Ni un cotilla

Los medios españoles han dedicado esta semana mucha más atención al encuentro entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición que a la `cumbre de la entente`, glub, entre Vladimir Putin y Donald Trump. Es la vieja máxima periodística que aconseja valorar más lo más cercano y lo interesante sobre lo verdaderamente importante. El caso es que las imágenes de la violencia antisistema -duramente reprimida_ en la `cubre` del G-20 en Hamburgo, es decir, la `otra` Europa, han ocupado menos parte del tiempo de los noticiarios que los dimes y diretes acerca de qué se dijeron en verdad Mariano Rajoy y Pedro Sánchez sobre aplicar o no el traído y llevado artículo 155 de la Constitución a los díscolos catalanes de la Generalitat que quieren, a toda costa, celebrar el referéndum secesionista el próximo 1 de octubre. Y mientras, Trump y Putin -glub, repito-, arreglando, es un decir, lo de Siria, total naderías, que aquí importa más Soria que Siria.
Los países, cuando se distraen -mire usted el caso de Gran Bretaña, sin ir más lejos_, comienzan su carrera hacia el despeñadero. Y en España, la España del crecimiento récord (y de las desigualdades más desiguales) en Europa, temo que nos estamos distrayendo muy mucho con esto de Puigdemont y Oriol Junqueras. Andan perdidos en lo legal y en lo real, culminando los históricos despropósitos de la corrupta política catalana, que se corresponden con los despropósitos, desaciertos y encogimientos de hombros del Gobierno central a la hora de afrontar el `tema catalán`.
Nos distraemos en la verborrea de palabras oficiales, como la comparecencia ante un foro periodístico de los tres ex presidentes del Gobierno vivos, Felipe González, Aznar y Zapatero. Compusieron la escena del sofá, haciendo ver sus acuerdos fundamentales acerca de cómo tratar lo de Cataluña, pero sin ofrecer ni una sola salida concreta, ni una sola autocrítica a lo que cada uno de ellos hizo y dejó de hacer. Los "tres muertos vivientes", los llamó, en un diario barcelonés, una descarada columnista y ex política entregada rabiosa y algo descerebradamente al independentismo. Bastante injusta esta calificación de la columnista ex, que a veces tanto González como Aznar, entregados al lucro privado, habrán merecido, pero no ahora: creo que, con su reunión de sonrisas y acuerdos en la víspera del encuentro entre Rajoy y Sánchez en La Moncloa, rindieron un servicio a España. Marcaron a sus sucesores, pero no amigos, el camino a seguir: buen talante y apretón de manos firme, como si fuese sincero. Distracción, pura distracción del, que, repito, forma también parte de la insoportable levedad del ser de la política.
Y es eso precisamente lo que parece -parece- que Rajoy quiso evitar en Hamburgo, declinando asistir a la `parte social` de la `cumbre` del G-20, consistente en un concierto de la Filarmónica del Elba y a una cena posterior, con esposas, las que hasta la ciudad alemana viajaron, capitaneadas por el indudable magnetismo de Melania Trump. Cualquier melómano, cualquier amante de la arquitectura -el edificio, inaugurado en enero, es verdaderamente sorprendente-, cualquier curioso, hubiesen dado no poco por asistir al concierto y, claro, a la cena, donde verdaderamente hablan los mandatarios de cosas interesantes y relajadamente: una enorme oportunidad de acercamiento y cotilleo, lo que en política cuenta mucho.
Pero Rajoy y la cercanía, o el chau chau, o, ya que estamos, la música, parece que son cuestiones distintas y distantes. Ni es melómano, ni arquitecto, ni cotilla. Ni se distrae: se quedó en el hotel, "trabajando por España", según comentó, festivamente, una periodista española que siguió la `cumbre`; una periodista radiofónica malvada que no olvidó, por cierto, mencionar que a aquellas horas televisaban el partido de Rafa Nadal. Ya digo: en Soria y no en Siria. Menuda semanita: otro día -no dude usted de que habrá oportunidad, porque el ministro será noticia- les hablo de Montoro, que esa es otra.

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