Opinión

Por quién doblan las campanas esta noche (vieja)

Cuando, a las doce de la noche de este lunes, suenen las doce campanadas desde la Puerta del Sol, advirtiéndonos de que comienza un nuevo año, nos estarán diciendo mucho más que eso: las campanas doblan por la muerte de una era y el comienzo de otra, aunque algunos discursos navideños y de fin de año, como los de Torra y Susana Díaz, se nieguen a admitirlo. Ni uno, ni otra, ni el silente Rajoy, ni tantos que se fueron por la puerta no tan grande en estos últimos doce meses para sumirse en el ostracismo, ni prácticamente nadie, puede esperar que 2019 sea como el maldito 2018 fenecido. Y, quien no entienda que nada-va-a-ser-igual, que arroje la toalla como 'influencer'. Porque la que nos espera va a ser de órdago.
No sé si Pedro Sánchez volverá a comerse las uvas en La Moncloa (bueno, en La Mareta, que se nos ha ido de vacaciones a Canarias), ni dónde las tomarán Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría ni, ya que estamos, la momia de Franco. Lo que sí le digo es que los presos de Lledoners 'et alia' habrán visto sensiblemente modificado su estatus vital en la Nochevieja de 2019, que muchos alcaldes habrán dejado de ser alcaldes y bastantes presidentes autonómicos, comenzando, ay, por el asturiano Fernández, también. Y ya veremos si hay o no 'superdomingo' electoral con el añadido de los comicios para renovar el Congreso y el Senado, y todo lo que ello significa.
Cuando suenen las campanadas a medianoche de este lunes, 31 de diciembre de 2018, piense usted que inauguramos un año verdaderamente crucial para salir del atasco político en el que estamos metidos desde hace más de un lustro... o para profundizar nuestra estancia en las pantanosas arenas movedizas en las que nos movemos. Lo que sí le repito es que resulta inútil pensar, como pensaba el mencionado Rajoy, que 'rebus sic stantibus', que todo podría quedarse así porque vivimos en el mejor de los mundos, error que he empezado a detectarle también al actual presidente del Gobierno central: todo va bien, así que para qué cambiar, si estamos (bueno, quizá él se sienta así) en el mejor de los mundos.
Dicen que Sánchez ha dejado esta consigna de Camilo José Cela, aquel gran cínico y a veces también gran escritor, a sus ministros: "el que resiste, gana". Algo que no siempre ocurre, dicho sea de paso. Rajoy trató de resistirse a su destino. Y mira que le decían que hiciese algo, disolver las Cortes, dimitir, convocar elecciones, algo, y nada: erre que erre en su inmovilismo hasta que tuvo que aceptar, desde una larga sobremesa en un restaurante cercano a la Puerta de Alcalá, la patada de una moción de censura.
Sánchez, descansando en la residencia que fue de los reyes en Lanzarote, a donde llegó, claro, en 'su' Falcon —no haré demagogia con eso: me parece hasta lógico—, da la impresión de haberse ido de asueto sin haber entendido gran cosa; ni de lo de Andalucía ni, quizá, lo de Cataluña ni, quizá, de lo que está ocurriendo en el resto de España abocado a elecciones al menos autonómicas y locales.
Ocurre que no menos, y muy probablemente bastantes más, de quince millones de españoles van a votar a opciones que nada o poco tienen que ver con el fenecido bipartidismo —por ese ya doblaron las campanas de Nochevieja hace tres años—,en el que tan cómodamente se repartían el poder y las trampas los 'populares' y los socialistas. Quince, o más, millones de votos que se fueron probablemente para no volver. Y lo malo es que buena parte de ellos se han largado hacia opciones que, glub, vaya usted a saber por dónde acabarán yendo.
Así que, del Rey abajo, todos tendremos que sentarnos ante el televisor para ver a la Pedroche, a Chicote, a la que la lía parda, al otro, al de la moto, sabiendo que se han acabado las bromas. Y que no podemos, al menos como sociedad civil, tolerar que 2019 sea una repetición de 2018, de 2017, 2016, 2015... ¿Sigo?

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