Opinión

Pedro Sánchez pierde una oportunidad

Este miércoles, 3 de octubre, fecha en la que ha hecho un año de aquel memorable -por muchos motivos, alguno no necesariamente positivo- mensaje del Rey a propósito de la crisis máxima en Cataluña, Pedro Sánchez ha perdido, creo, una oportunidad. La de anunciar la disolución de las Cortes y convocar elecciones anticipadas para diciembre. Este miércoles era el día para hacerlo, salvando la dignidad de todos y reforzando la eficacia de la acción del Gobierno. El ultimátum de Torra exigiéndole la convocatoria de un referéndum de autodeterminación o, si no, amenazando con dejar de apoyar al Gobierno socialista en el Congreso de los Diputados debería haber sido, sin duda, un favor que el president de la Generalitat hace al del Gobierno central: le da el pretexto para anticipar los comicios generales. No estoy seguro de que Sánchez lo haya visto así. ¿O tal vez sí?
Ignoro si los contactos telefónicos que han venido manteniendo Sánchez y Torra en las últimas semanas han incluido la escenificación de la ruptura para ir a unas elecciones que, en el fondo, a ambos, con serios problemas internos, les convienen. No creo mucho, la verdad, en las teorías de la conspiración y sí creo bastante, en cambio, en la estupidez humana en general y en la de una cierta clase política en particular. Y en la de Torra aún más en particular. Pero habremos de estar muy atentos a lo que ocurra en las próximas horas, en los próximos días, en las próximas semanas: no estoy muy seguro de que a Sánchez le quede mucho más oxígeno y, desde luego, pienso que de ninguna manera va a poder mantener esta Legislatura ni seis mees más.
Las encuestas, para lo que valgan, dicen que ahora el PSOE ganaría las elecciones, aunque desde luego no por la mayoría suficiente. También dicen que el PP y Ciudadanos, si es que pueden considerarse como un tándem para formar un Gobierno de centro-derecha en el futuro-cuando-sea, suben algo, mientras que Podemos, el socio privilegiado de Pedro Sánchez, cae de manera bastante notable como consecuencia de la acción desconcertante de Pablo Iglesias.
¿Por qué pues, no convocar ahora, mientras el desgaste interno del elenco gubernamental no llegue a mayores, mientras la situación en Cataluña no se agrave -suponiendo que pueda agravarse más-, mientras la situación económica no se deteriore? No llego a comprender el inmovilismo que, a este respecto, parece paralizar a Sánchez, más allá de su patente gusto por la ocupación del poder, con todo lo que eso conlleva de reparto de cargos a amigos y de hacer la cusqui, sin que se note demasiado, a los enemigos. Y al indiferente, la legislación vigente.
Este miércoles, Sánchez hizo lo que, en el fondo, muchos esperábamos de él: renunció a la posibilidad de convertirse en un estadista, en un político generoso que, además, sabe aprovechar las rendijas de oportunidad que le quedan.
Estamos, un año después de que todo se fuese al diablo en Cataluña, aún peor que entonces, en mi opinión. Ya, simplemente -excepto, ya digo, que se trate de una escenificación- no existen interlocutores entre Madrid y la Generalitat, y el único que podría hablar razonablemente con Pedro Sánchez está en la cárcel; el Rey apenas puede ir sin problemas a Cataluña y los catalanes, incluso los no 'indepes', parecen más alejados que nunca del resto de los españoles. Mientras, el Gobierno central se debilita, la oposición se fragmenta en busca de un espacio electoral a costa del otro, las instituciones, representantes de los poderes clásicos de Montesquieu, parecen estar a la fuga, y la ciudadanía se muestra crecientemente harta o, cuando menos, 'pasota'.
Ya no sé qué tiene que pasar para que Sánchez, como Alejandro Magno, corte el nudo gordiano que nos dé acceso a las urnas a cuantos lo reclamamos, que debemos ser unos cuarenta millones, más o menos. Calculando por lo bajo.

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