Opinión

De nuevo la pregunta: ¿llegará Pedro Sánchez a gobernarnos?

La noche de las elecciones de diciembre de 2015, envié una crónica de urgencia, con los resultados ya casi definitivos, que titulaba '¿Pedro Sánchez, presidente del Gobierno?' La política de alianzas que entonces se diseñaba permitía aventurar esta hipótesis, que luego se vio que era demasiado arriesgada: los errores del propio Sánchez y los ambiciosos desplantes de Pablo Iglesias impidieron la formación de un Ejecutivo de izquierda; es más, consolidaron, tras unos meses políticamente azarosos, a Mariano Rajoy en La Moncloa. Ahora, dos años y dos meses después, defenestrado Pedro Sánchez de la secretaría general y retornado a la misma por la fuerza de los votos de 'las bases', vuelvo a hacerme la misma pregunta: ¿llegará a presidir el Gobierno de España?
Pedro Sánchez, con todos sus volatines, es un hombre afortunado. La militancia del PSOE conecta con él mucho más que unos 'barones' que le aborrecen, pero a los que ha vencido en buena lid en las urnas internas, de manera que ahora el partido está, superficialmente al menos, más unido que en los tempestuosos meses de 2016. Hay quien dice que, con el comité federal de este sábado, Sánchez ha consolidado un golpe de estado intestino, que le solidifica en el poder del segundo partido de España. La buena suerte del secretario general se acrecienta cuando comprobamos que todo a su derecha es división (entre Ciudadanos y un PP que anda como a la deriva, y peor que le va a ir con el cúmulo de juicios por la corrupción que vienen) y todo a su izquierda se vuelve cada vez más irrelevante.
Su liderazgo en el partido es tan indiscutible ahora como sus errores en comunicación y la falta de programa que exhibe para ir a la toma de ese poder que tanto anhela. Sánchez huye de las entrevistas en profundidad porque le faltan explicaciones para muchas cosas, desde la crisis catalana, que nadie a este lado del Ebro -ni en el otro- sabe cómo resolver, hasta, por ejemplo, la reforma de la Constitución. Pasando por tantas otras reformas que exigen los socialistas de manera genérica, sin entrar a concretarlas.
Y, sin embargo, ahí está, seguro de sí mismo y aparentemente confiado en su futuro. Ha sabido, eso sí, virar ciento ochenta grados sobre su irreflexivo 'no, no y no' a cualquier cosa que viniese propuesta por la derecha y ha actuado como un hombre de Estado a la hora de apoyar a Rajoy en la lucha contra la declaración unilateral de independencia en Cataluña, aunque hasta ahí, y solo hasta ahí, llegaron sus ideas para 'conllevar' la muy espinosa cuestión catalana.
Ocurre que, nos guste o no, no hay otro sino 'el solitario de Ferraz' ahora en el horizonte. Una coalición de centro-izquierda (que me parece mucho más probable que una de centro-derecha) con Ciudadanos podría acabar con la hegemonía del PP. Otra cosa es, desde luego, cómo se repartiría el poder con Albert Rivera, que es ahora el mimado por las encuestas. Pero, lo mismo que ocurre con Rivera, Pedro Sánchez va a ser imprescindible para formar un Gobierno de cambio, y ese Gobierno excluye o minimiza al PP de Rajoy. Y es más; puede que, con el portugués, el partido liderado por Sánchez se convierta en la formación socialista más sólida de Europa, fíjense lo que han cambiado las cosas. Incluso se ha dejado ver almorzando, mano a mano, con Felipe González, su irreductible enemigo: pelillos a la mar, aunque los rencores queden.
Todo esto lo reflexionaba este sábado ante el insulso comité federal del PSOE celebrado, quizá para evitar las presiones madrileñas, en Aranjuez. Un verdadero debate interno ha huido de las playas del socialismo español. Pedro Sánchez quería tener un partido para él solo, sin Susanas ni Emilianos que le estorben. Creo que eso, al menos, lo ha conseguido: que los barones se apliquen a ganar las elecciones autonómicas y locales del año que viene, que él se aplicará a vencer en las generales que tendrán lugar cuando Mariano Rajoy quiera o pueda. Ese y no más es su ideario: llegar a La Moncloa. Y acaso con eso le baste. Pudo quizá haber sido presidente del Gobierno en 2016. Tendrá seguramente la fortuna de poder repetir la tirada, si Albert Rivera le deja, que no creo. Esa pelea entre dos posibles socios futuros va a ser emocionante para quienes nos dedicamos a mirar la política. No sé si tanto para quienes aspiran, aspiramos, a que desde la política solucionen 'lo suyo', lo nuestro, lo de todos.

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