Opinión

La oposición que hay que hacer (y la que no)

Aclaro, en primer lugar, que para nada me asusta o me escandaliza que una formación política ponga en circulación un bus lleno de rostros que, según ese partido, encarnan la trama de la corrupción en España. La decena de caras de los `tramadores` se mezclan confusamente: hay un par de periodistas, varios políticos y financieros... Junto al ex tesorero `popular` Luis Bárcenas se alinea un ex presidente que dio años de prosperidad -y de polémica, es verdad- a España. Y algún otro, que está, tal vez no merecería estar en esa picota ambulante. Y otros que acaso lo merecerían más, están ausentes, quizá porque al `dibujante` que ilustró el bus no le salía tan bien su caricatura. O ya no le cabían más. Esos caprichos del azar, por ejemplo que tu nombre no rime en un pareado, te dejan en ocasiones fuera del arbitrio difamatorio nacional en este país en el que las redes sociales son las más crueles, e ignorantes, del mundo.
Ya digo: nada me preocupa ver algunos perfiles que, por cierto, a mí también me disgustan -otros no--, en el `tramabus` que han puesto en marcha los morados. Lo que me preocupa es la frivolización de la vida política, ya patente en aquella campaña que concluyó en las elecciones del pasado diciembre de 2015, en la que, en lugar de debates y programas, había otros programas, pero eran los de Bertín Osborne, impartiendo carnets de buenos y malos a los políticos que visitaban su hogar.
Lo que sí me inquieta es que estemos alcanzando cotas difícilmente igualables de frivolidad, cuando el autobús de Pablo Iglesias y su compañera y correligionaria sustituye a las iniciativas parlamentarias, a las denuncias fundamentadas ante los juzgados. Y sí, en ocasiones siento envidia del dirigente podemita y de su entorno más íntimo, porque tengo la sensación de que lo están pasando en grande: ahí es nada poner en solfa al Ibex, a La Moncloa, a uno de los periódicos más importantes del país y ponerlos al mismo nivel que, por ejemplo, Rato o que el mentado Bárcenas. Es como cuando en el colegio jugábamos a policías y ladrones: siempre había un Pablo que, matón, te arrebataba el papel del `héroe justiciero`: solían ser los peores héroes del mundo, los más aprovechados. En todo caso, esto del `busplay` es mucho mejor que jugar a lanzar dardos más o menos injustos y mordaces desde los ciento cuarenta caracteres, dónde va a parar. Y, encima, sales en todas las teles.
Comprendo que esta forma de hacer oposición `al sistema` es mucho más eficaz que andar presentando proposiciones en el Congreso de los Diputados o denuncias fundamentadas ante los tribunales. Comprendo también que amenazar veladamente a periodistas, o ignorar a los que nos son hostiles, tiene mayor efectividad que aceptar las críticas -algunas veces incluso puede que justificadas, Pablo- de los medios de comunicación o que resignarse a que ya no interesas tanto en los programas que antes, porque tu mensaje `vendía`, te acogían con un cariño que hoy no notas, Pablo. Porque ahora tu mensaje se desgasta y está más viejo que el bus que te sirve de púlpito.
Iglesias, que es un comunicador de esos que se pisan el ego -o sea, un showman-, vuelve a okupar los titulares de prensa y a acaparar muchos comentarios, incluyendo este, que admito, por si hiciera falta, que no está escrito con ánimo positivo hacia él. Está, estamos, perdiendo una oportunidad de oro de ejercer una crítica social y política a lo que va mal, que es mucho. Eso, más incluso que el que pudiese atropellarme un `tramabús` inexpertamente conducido, es lo que me aterra. ¿Es esta la oposición que hay que hacer en un sistema maduramente democrático -y conste que lo de `maduramente` va sin segundas-? Claro que, mientras no haya alguien más, y exceptúo a veces a Ciudadanos, que haga una oposición diferente...

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