Opinión

Una hora y un año menos en España

En España no solamente hemos atrasado nuestro reloj una hora. El problema no es la polémica, europea al fin, sobre si es conveniente o necesario el cambio horario de apenas sesenta minutos. Nuestro problema es que paramos el reloj hace un año, con los gravísimos sucesos políticos que tuvieron a Cataluña como protagonista, y no hemos adelantado un solo segundo en la resolución de un problema que, tengo la impresión, lejos de resolverse se nos va agravando día a día, sin que ni el secesionismo, ni el Gobierno central, ni la oposición en sus variados colores sepa hacer gran cosa para desatar -o cortar- el nudo gordiano.
Las polémicas en el antiguo -y roto- bloque constitucionalista se azuzan ante la proximidad de numerosas elecciones: que si conviene o no una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución, que si hay que concluir ya la prisión preventiva de los políticos catalanes, que si se debe o no procesarlos por un presunto delito de rebelión, que si hay que ir pensando ya en un indulto tras el que será el 'juicio del año' en 2019... Cada nuevo hito desata inéditas y más duras polémicas entre unos ex aliados que antaño estuvieron de acuerdo -básicamente- en lo que se debía hacer con la 'cuestión catalana' y hoy se enfrentan sin disimulos, para gozo de los independentistas, que ven cómo el Estado adelgaza, cómo la Monarquía se debilita y cómo el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial se van lenta, pero imparablemente, desprestigiando a ojos de la ciudadanía.
No, nada de esto registra el CIS en sus encuestas ahora mensuales, pero me parece que no hacen falta estudios demoscópicos para comprobar lo que digo. Cualquier observador medianamente atento puede ver que la política española está en crisis total desde hace tres años, al menos. Y que el surrealismo, que es un arte menor y, a veces, degenerado, se ha apoderado del modo de proceder del Gobierno y sus aliados, de los no tan aliados en la oposición, del secesionismo catalán -ahora Puigdemont 'inventa' un nuevo partido, o lo que quiera ser esa Crida-, de la mayor parte de los parlamentarios, de los jueces del Supremo y, a veces, hasta de los medios de comunicación, de algunos de ellos al menos. No me resulta extraño el pasmo que a veces te reflejan esos diplomáticos destinados en Madrid que se encargan de enviar sus informes a sus respectivos gobiernos. Ni me parece exagerado decir que España es el pasmo, y no estoy seguro de que para bien, de Europa, ex aequo con Italia, un 'partenaire' bastante indeseable en el Guinness de los malos récords políticos.
Y, la verdad, y siento decirlo porque el personaje es técnica y personalmente estimable, temo que ese desprestigio se haya extendido también a las predicciones del CIS de José Félix Tezanos. Que no digo yo que, si hubiese hoy elecciones, no las ganaría el PSOE, no lo sé, aunque me resulta extraño: será que los demás son aún peores. Sólo afirmo que son demasiados los especialistas que dudan de porcentajes, de cocinas y de cocineros. En los manuales clásicos se prescribe que, para hacerse con el Estado, primero hay que debilitarlo: tomar el Parlamento, dividir a los jueces, hacerse con las instituciones o derrocarlas, infiltrarse en los principales medios de comunicación, dividir, dividir, dividir. Que tampoco digo, oiga usted, que lo de Pedro Sánchez sea una usurpación del Estado; todavía, cada vez menos, creo que es el último eslabón en la cadena del sistema. Pero anda en malas compañías (que se lo pregunte PS a Carolina Bescansa, o si él lo permite en su alocado galopar, a Iñigo Errejón).
A veces parece que, en lugar de retroceder una hora, damos pasos atrás de años, he de repetirlo. No de un solo año: de muchos más. Casi de un siglo. Y no están los tiempos como para repetir historias que no salieron bien, que no están saliendo bien, por muy contentos que estén los protagonistas de la película en este secarral político en el que nos estamos convirtiendo, en medio del pesimismo ciudadano generalizado. Celebraremos los cuarenta años de la Constitución -poco reflejo están teniendo los actos convocados por Ana Pastor, por cierto-, pero, la verdad, no tenemos demasiado que celebrar, aparte de eso.

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