Opinión

La gran oportunidad perdida de Mariano Rajoy

Cuando, hace siete semanas, Mariano Rajoy decidió limitar su 'remodelación' gubernamental a la sustitución de Luis de Guindos por Román Escolano al frente del Ministerio de Economía, perdió, a mi juicio, una espléndida oportunidad para poner orden en el cada vez más revuelto gallinero que empieza a ser su Consejo de Ministros. Y, naturalmente, dejó pasar la ocasión de ofrecer una imagen nueva, más abierta, que incorporase al Ejecutivo eso que se llama 'sensibilidades' políticas diferentes. Ahora, desde hace un mes, se ve que también desdeñó deshacerse de figuras 'quemadas' que puedan estar lastrando el funcionamiento de un Gobierno demasiado agobiado por variadas coyunturas y problemas que requerirían un elenco ministerial algo más reforzado en puntos clave, como Hacienda, Justicia, Interior, Comunicación y Exteriores, entre otros.
Vaya por delante que el párrafo anterior no implica un juicio negativo sobre la actividad del Ejecutivo, en general: el Gobierno de Rajoy está teniendo que hacer frente a pruebas que muy pocos primeros ministros europeos y sus equipos hayan tenido que afrontar. Pero los grandes males se afrontan, entiendo, con grandes remedios, y no con parches que todo quisieran disimularlo. Si ocurre que un enfrentamiento patente entre la vicepresidenta y la titular de Defensa provoca innecesarios quebrantos en el funcionamiento del Gobierno central, algo habría de hacerse más allá de esperar a ver si a una se la designa candidata al Ayuntamiento de Madrid y la otra regresa a sus cuarteles de invierno castellano-manchegos, destinos, por cierto, para nada apetecidos ni por la una ni por la otra.
Y así, con todo lo demás. Si el titular de Justicia mantiene un largo y casi abierto contencioso nada menos que con el máximo representante de la Judicatura, Carlos Lesmes, no conviene esperar a que una metedura de pata verbal del señor Catalá en un asunto popularmente muy sensible una a todas las asociaciones judiciales y fiscales a la hora de pedir su dimisión, ya sugerida ante las reivindicaciones salariales y de otro tipo que podrían provocar una huelga de togas dentro de tres semanas. Lo que le faltaba a un Gobierno agobiado por las encuestas, por los juicios por la corrupción pasada, por lo que está ocurriendo en la Comunidad de Madrid, por las protestas de pensionistas...
Lo mismo podría decirse del titular de Hacienda, que provoca la hostilidad de no pocos sectores de la sociedad, algo que, por lo demás, podría considerarse normal dado el cargo del señor Montoro, que, además, ha incurrido en las iras nada menos que del magistrado que `lleva` el `caso Cataluña`, alguien en cuyas manos, en el fondo, el propio Rajoy ha dejado casi la gobernación del Estado.
Se entiende mal que el presidente no haya aprovechado, así, la ocasión que le brindaba el paso de Guindos a un rentable y visible puesto europeo para hacer una crisis ministerial en toda regla. Es decir, cambiando incluso el organigrama de su Gobierno, dando paso a figuras independientes, conectadas con la sociedad catalana --que es hacia donde hay que enfocar buena parte de la actividad gubernamental--, haciendo, por qué no, incluso un guiño a Ciudadanos, en lugar de facilitar la hostilidad actual, que le gana un enemigo --o, al menos, un competidor-- en lugar de proporcionarle un futuro aliado.
Que no digo yo, oiga, que Rajoy tenga la culpa de todos los males. Al contrario: muchos de ellos ha podido y sabido conjurarlos con su conocida estrategia de dejar que los problemas se pudran. Pero el momento de los cambios profundos, de dar pasos hacia una renovación que sin duda los españoles habrían agradecido y valorado, ha llegado hace ya bastante tiempo, sin que Rajoy parezca percibirlo. Y, así, se encuentra hoy ante un cúmulo de problemas generados desde el propio `bando amigo`, con ministros que no se entienden y dicen cosas contrapuestas, que hacen declaraciones disparatadas, que se unen en corro para cantar juntos el `soy el novio de la muerte` y que, sobre todo, imitan a su jefe a la hora de evitar dar la cara en cuanto tienen la oportunidad, pese a que la mayoría de ellos mantiene, reconozcámoslo, un talante digno de encomio.
Ha sido este de Rajoy un Gobierno quizá hasta heroico a la hora de mantener la calma ante tormentas de enorme envergadura, como la catalana. Pero esa consideración se conjuga ya en pasado, temo. Y la tormenta sigue. O quizá arrecia, y entonces ¿qué?

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