Opinión

Fin de año 'a la catalana'

Lo de las relaciones con el problema catalán es de ducha escocesa: unas veces parece que la herida se encona, pero en otras ocasiones se nos permite albergar la esperanza, aunque remota, en una lenta, irregular cicatrización. Ignoro en qué momento estamos ahora: si de encuentro -¿qué se habrán dicho, de verdad, Sánchez y Torra?-, con el triunfo de esa diplomacia secreta que obviamente está en marcha. O si, por el contrario, nos hallamos ante una era de nuevos conflictos, porque Torra tiene en su ADN no pocos elementos pertenecientes a esos CDR que, si pudiesen, arruinarían Cataluña y a los catalanes, `indepes` o no. Mucho dependerá de lo que finalmente ocurra a lo largo de este viernes, de cómo discurran las postrimerías del Consejo de Ministros en la Loja del Mar y de las imágenes que vayamos a ver en los próximos días acera de lo que vaya a ocurrir en Barcelona en estas Navidades, temo que quizá no tan de paz.
Lo que a mí me consta es que los puentes no han estado tan cortados como a Puigdemont y Torra les gusta aparentar. El propio `hombre de Waterloo` utilizó a un intermediario -cercano a Pablo Iglesias, por cierto- para transmitir alguna de sus ofertas al Gobierno central: escenifiquemos una reunión conjunta, de Gobierno a Govern, y garantizo paz en ese temible 21-D y, además, apoyo independentista catalán en el techo de gasto para poder seguir tramitando, unos meses más, los Presupuestos. Esa fue, más o menos, me cuentan, la oferta. Y no consta, a la vista de los resultados, que haya sido rechazada.
Unos Presupuestos que nunca se aprobarán, como tantas otras leyes pendientes, pero al menos se habrán ganado unos meses antes de la disolución de las Cámaras: lo que los nacionalistas no quieren, de ninguna manera, es que las generales coincidan con las europeas, autonómicas y municipales en ese `superdomingo` 26 de mayo, porque ello les restaría protagonismo y, por tanto, votos en `sus` urnas. Así que ahora, al menos hay un interés coincidente entre el fugado (y su marioneta en la Generalitat) y el inquilino de La Moncloa: permanecer en un `rebus sic stantibus` tanto tiempo como sea posible. A Sánchez le gusta, es obvio, el disfrute del poder. Y Torra sabe que, si ahora se celebrasen unas elecciones, el descalabro para él, en beneficio de su ahora odiada Esquerra, sería notable.
Así que yo apostaría, pese a los desmanes de la CUP y los CDR con sus terminales varias de `banderas negras` y demás grupúsculos de `hooligans`, por una cierta, quizá casi imperceptible, tregua navideña `a la catalana`. Una tregua sin demasiado `seny`, pero ya digo, que ganará tiempo. Y no es que a mí me guste mucho el parcheo, pero llevo ya al menos tres años -hoy se cumple el tercer aniversario de aquellas elecciones que marcaron el inicio, o el agravamiento, de la actual crisis política- pensando que, con el secesionismo catalán, solo cabe la `conllevanza`. Lo cual, traducido a un lenguaje no demasiado orteguiano, significa que acaso no queda más remedio de ir taponando los agujeros como se pueda, a la espera de que alguna coyuntura creada por un Dios milagroso, a acompañada de un aumento del sentido del Estado por parte de quienes carecen de él, apacigüen la ya secular tormenta entre ambas orillas del Ebro.
Pues eso: que puede que estemos en jornadas de una cierta `conllevanza navideña`, dentro de que la gravedad del problema se mantiene incólume; y peor aún que nos puede ir si las tendencias involucionistas en el resto de España se acentúan. Creo que es un error gritar contra el diálogo, contra los intentos de manos tendidas: esos gritos de políticos que llegan, y que calan en una ciudadanía obvia y justamente harta, solo contribuirán a agravar la enfermedad crónica que padecemos. A ver si aprenden que muchas veces hay que sacrificar los votos en aras de ofrecer soluciones de Estado, que suelen ser contrarias a la pasión del ciudadano medio.

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