Opinión

Esto está para asustarse

Asisto este miércoles a la sesión de control parlamentario. La bronca de siempre, esta vez incluso con expulsión del mal educado diputado Gabriel Rufián, de Esquerra. Pero los pésimos modos del parlamentario independentista no son lo importante. Lo esencial, para mí, es constatar que ni siquiera en esta hora de máximo desprestigio de la política, los profesionales -es un decir- de la misma son capaces de la mas mínima autocrítica, de la menor recapacitación, tras haber puesto a los pies de los caballos a la Justicia, el tercer poder del Estado, salvado 'in extremis' por la renuncia de un juez digno, Manuel Marchena, a participar en el cambalache a espaldas del Parlamento y convertirse, mediante un pacto en la oscuridad entre PSOE y PP, en presidente del gobierno de los jueces.
Hubo de ser Juan Carlos Girauta, portavoz de Ciudadanos, el único partido constitucionalista que no quiso implicarse en el enjuague, quien interrogase a la vicepresidenta Carmen Calvo -el presidente Sánchez se fue de rositas- por este vergonzoso `affaire` a cuenta de la renovación del Poder Judicial. A los del PP les daba, claro, apuro entrar en un asunto en el que ellos están también embarrados, aunque ahora quieran salirse por la tangente con una enmienda presentada a la Ley Orgánica del Poder Judicial. No aprecié contrición en la respuesta de la señora Calvo a Girauta: defendió el sistema, dijo que basado en el Parlamento, para renovar el gobierno de los jueces. Aunque no es cierto: no fue el Parlamento, sino dos partidos, apañando las cosas en la oscuridad y precisamente a espaldas de las Cortes, quien produjo el ahora roto acuerdo para renovar el CGPJ o, más bien, para repartirse desde el Ejecutivo y la oposición el poder judicial. Menuda crisis institucional han abierto, a sumar a la crisis política que ya vivimos desde hace tres años.
El Parlamento se ha convertido en un pretexto para esgrimir democracia, pero es un pretexto falso: se ha convertido en dos Cámaras de gritos. El Poder Judicial es, como siempre, un oscuro objeto de deseo para el Poder Ejecutivo, que todo lo invade, todo lo impregna, rompiendo equilibrios. Asusta pensar que el único acuerdo en bien del país al que han llegado los dos partidos mayoritarios, con la ayuda, claro, del único amigo que le queda a Pedro Sánchez, haya sido el de apropiarse del gobierno de los jueces cuando faltan apenas semanas para que se inicie el `juicio del siglo` en el Supremo contra los independentistas catalanes. Juegos peligrosos, antidemocráticos, con Cataluña, el gran problema nacional, como telón de fondo, nada menos.
Y, claro, el despropósito va aumentando, al paso que la autocrítica va disminuyendo, si cupiese. Ahora debaten sobre si el Gobierno tiene o no intención de dar un indulto a los golpista catalanes. Y eso que el juicio contra ellos ni siquiera ha comenzado. Y mezclan estas gravísimas cuestiones, incluyendo la negativa de España a apoyar el acuerde de la UE sobre el Brexit si no se 'arregla' lo de Gibraltar, lo mezclan, digo, con las elecciones andaluzas. Todo vale para cabalgar hacia el poder y descabalgar al otro.
Abandono el Congreso de los Diputados, donde unos ya se acusan a otros de cargarse esa Constitución que en este mismo edificio va a conmemorar su 40 cumpleaños dentro de un par de semanas, entristecido, preocupado y asustado. No he escuchado ni una palabra sobre consensos para reformar esa Constitución, que necesita, claro, reparaciones; ni me consta que haya conversaciones sobre el futuro de Cataluña; ni sobre esa ley de Educación que dicen que ya está -en medio de la falta de transparencia, como es habitual.- recibiendo los penúltimos toques. Ya ni siquiera hay consenso, como se pudo apreciar en esta sesión de control que comento, sobre política exterior: claro que el propio Ejecutivo tiene parte de culpa, porque una medida tan polémica como dejar de apoyar la negociación de la UE con Gran Bretaña sobre el Brexit, o amenazar con hacerlo, es algo que debe consultarse previamente con la oposición, pienso.
Ya digo: hay que repartir nuevas cartas y solamente unas elecciones, perjudiquen o no a algún 'aliado' del Gobierno, beneficien o no a una oposición que cada día se muestra más egoísta, son ahora, a juicio de este modesto comentarista, la solución para poner en marcha el proceso de auténtica regeneración que la situación política española reclama.

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