Opinión

Esto es de libro

Este país necesita claridad. Que le hablen claro. No juegos de palabras entre 'relator', 'notario' o 'mediador', cuando todos sabemos de qué se trata. No manuales de resistentes, sino códigos de conducta. Ni tampoco resistentes propiamente dichos, sino estadistas. No magos de la imagen que cada día alumbran una ocurrencia, sino gentes que piensen en construir realidades beneficiosas para los ciudadanos. Y tampoco, por otra parte, necesitamos que venga alguien como el molt honorable president de la Generalitat, cuya honorabilidad aún está en discusión, a dar lecciones de transparencia al Gobierno central y a enmendarle la plana revelando él, y no, como debería haber sido, La Moncloa, cuáles fueron esas famosas veintiuna condiciones para apoyar los Presupuestos Generales del Estado.
Las formas, en política, son tan importantes como el fondo, pero no todo puede fiarse a una mala interpretación de las formas, convirtiéndolas en pura prestidigitación, a ver cómo logramos engañar o, ejem, disimular la cruda realidad, a las buenas gentes de la calle, que pagan impuestos y votan. Y si la cruda realidad es que las imprescindibles negociaciones entre el Gobierno central y la Generalitat necesidad de un 'notario' -ahí va una cuarta definición, para quien quiera usarla- que certifique lo que unos se dicen a otros en la mesa negociadora con el independentismo catalán, porque, si no, no habrá apoyo 'indepe' a los Presupuestos, pues se dice.
Yo no hablaré ni de 'bajadas de pantalones' -expresión que me horroriza-, ni de cesiones vergonzantes ante el independentismo: que emplee cada uno sus propios calificativos. Una negociación tan complicada como la que España ha emprendido con una Autonomía díscola y áspera como la que encarna el molt honorable exige contrapartidas y tragar muchos sapos. Ya sé que nada tiene que ver, pero el Gobierno de Rodríguez Zapatero hubo de acudir a una 'mediación internacional', la de la Fundación suiza Henry Dunant, para negociar con los asesinos de ETA. Y aquello salió bien, o sea, mal para la banda terrorista. Me gustaría que esta negociación, que se sitúa en plano, claro está, muy diferente, salga también bien sin necesidad de acudir a consultas ilegales o a aceptar 'debates sobre la Monarquía' impuestos por quienes quieren salirse del Reino de España.
Yo no quiero vencer a los catalanes. Ni que mi presidente del Gobierno de España deje de vender sus opúsculos, hayan sido o no escritos con la complicidad de algún/a negro/a, incluso aunque el 'relator de ébano' (que viene de relato, que es la esencia de un libro, aunque sea de ensayo) haya sido recompensado con un alto cargo en el Estado.
No, no tengo ánimo guerrero (y ahora que hablo de guerra y de libros, qué diferencia con el que se presentó este miércoles en el Congreso de los Diputados, escrito por el ex vicepresidente con Felipe González) y, por tanto, no creo que la cosa vaya de aplastar a los catalanes golpistas, sino, más bien, de establecer una 'conllevanza' orteguiana con ellos, manteniendo a Cataluña en España, como así va a ser en todo caso. Ni me dan envidia los éxitos literarios del habitante de La Moncloa, aunque no sé yo si está muy bien eso de suscribir un contrato editorial en el que el domicilio del autor sea el palacio presidencial. ¿No se nos están escamoteando demasiados datos a este respecto, también a este respecto?
Lo que yo quiero es que la situación se aclare, ya digo. Que los españoles podamos de una vez dejar de sentirnos utilizados y que los medios más duros con el sistema no puedan titular con cosas como "la Guardia Civil revela las trampas de Rajoy para ganar las elecciones" o "la responsable de España Global, negra literaria de Sánchez". Todo esto beneficia a los enemigos de la unidad de mi patria, y perdón por ponerme algo -solamente algo- grandilocuente. ¿Quién quiere unos Presupuestos sacados a flote a costa de ceder y ceder hasta más allá de lo razonable, cuando el propio Joan Tardá nos acaba de decir que 'sin referéndum de autodeterminación, no hay apoyo a las cuentas del Estado'? Yo no, desde luego.
Hay que gritarlo sin más circunloquios y en forma cada vez más vehemente: la única claridad posible vendrá de unas elecciones generales, convocadas en tiempo y forma -el único tiempo posible es ya el 'superdomingo' 26 de mayo-. Hay que empezar de nuevo, sin invocar a resistencias numantinas que pueden haber sido, en su día, un valor, pero que siempre acaban como acaban. Elecciones ya, como yo entendí que nos prometieron tras una moción de censura que yo apoyé en mi fuero interno, aunque sin fiarme demasiado de lo que se nos ofrecía, porque esa moción era contra la inoperancia y la corrupción. Pero ahora me parece que esto ya no aguanta más, y quienes acabarán no resistiendo la situación serán los ciudadanos y ciudadanas. Esto sí que es de libro.

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