Opinión

La España del sucesor de Rajoy (y de Fraga)

Tengo por cierto, y perdón por el atrevimiento, que si Manuel Fraga viviese, apostaría por quien actualmente ostenta el mismo cargo que él desempeñó, es decir, presidente de la Xunta de Galicia, para ser su sucesor remoto también en la presidencia del Partido Popular. Y eso que entre el volcánico Don Manuel, a quien bien conocí, y el sibilino Feijóo, de cuyo carácter también tengo algunos, menos, indicios, hay escasos semejanzas, si exceptuamos la inaprehensible de la galleguidad y un difuso sentido del deber a cumplir, que es algo que algunos llaman sentido de Estado, aunque no siempre sea lo mismo.
Me parece, si nos limitamos solamente a una cuestión de nombres, que Alberto Núñez Feijoo, con todas sus peculiaridades, es la única reencarnación de la derecha --llámelo centro-derecha si usted quiere-- posible. Ni María Dolores de Cospedal, ni Soraya Sáenz de Santamaría, enfrentadas entre sí y, por tanto, imposibilitadas para unificar un partido que no estaba, salvo en el caso de ellas dos, en absoluto dividido. Ni otros posibles aventureros que, por aquello de encontrar un cuarto de hora de protagonismo, quisieran presentarse al liderazgo del que todavía es el partido más numeroso, mejor organizado, con más sedes y con mayor implantación de España.
Y al que, por cierto, las encuestas (para lo que valgan) le siguen dando, con toda la revolución acaecida en la política española en los últimos quince días, un segundo lugar en el ranking de las preferencias de los electores, ahora, mire usted por dónde, solamente por detrás del PSOE, y no de Ciudadanos, que crece en los mismos escaños en los que el PP decrece, pero que sigue en el tercer puesto. La formación de Albert Rivera está destinada a formar coalición gobernante con la derecha de Feijoo -este nombre lo doy por hecho en la quiniela sucesoria- o con la izquierda de Sánchez, pero, de momento, los naranjas tienen que limitarse a esperar acontecimientos, a no exacerbar sus tintes patrióticos y a procurar que no se les note, diciendo demasiadas tonterías, el despecho ante la irrupción de Sánchez en La Moncloa.
Ciudadanos es partido de futuro, con el PP o con el PSOE, pero tiene que saber jugar bien sus cartas: un Núñez Feijoo potente, realista, centrado, reformista al máximo, dispuesto a colaborar con el Gobierno socialista en las tareas que corresponda y a aliarse con unos y con otros en las elecciones municipales y autonómicas, puede ser una baza muy fuerte para los conservadores, y podría recuperar mucha militancia y votantes.
A Núñez Feijoo, más allá de su evanescencia, le he visto hacer pocas sandeces, y lo cierto es que domina el feudo gallego como nunca Don Manuel lo hizo: con mano izquierda y, por cierto, en una situación bastante más difícil que la que le tocó a Fraga. Su paso por la presidencia del PP será, además, más sencilla que la de Rajoy, obligado a enfrentarse a los retos más complicados con los que primer ministro europeo alguno hubiese de pechar.
Al actual presidente de la Xunta, un día que me presentaba un libro a A Coruña, sabiendo que poco tenía yo que ver con el PP, le dije que estaba deseando que llegase él a sustituir a Rajoy. Entonces, de eso hace tres meses, nadie pensaba que las cosas fuesen a salir como salieron ni que Rajoy acabaría eyectado hacia el sillón de su casa para, desde allí, en su televisor particular, ver tranquilamente el mundial de futbol, que es lo que gusta. Pero, galaicamente cauto como respondió a mi provocación, saqué de sus palabras la impresión de que sí. De que se atrevería a dar este paso que ahora parece que la militancia, y los ciudadanos en general, que saben que un PP diferente es necesario para que no lleguen los populistas, le piden que dé.
En lo personal, y tras haber visto de cerca, con talante crecientemente crítico y preocupado, el deambular del PP por los meandros del poder, espero que así sea. Que alguien como Feijóo -y me parece que no hay otro- se decida a ocupar el sillón vacio en la calle Génova. Solamente así podrá el PP ocupar, si las urnas y los pactos les son propicios, el sillón de Moncloa cuando, quién sabe en qué momento será, ese sillón vuelva a quedar vacante.
 

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