Opinión

Elogio de la heterodoxia

Me gustaría ser, como algunos interlocutores que reprochan mi "ambigüedad" en sus tuits, una persona segura de que lo que piensa es lo correcto, lo más eficaz, lo que está bien. Un hombre ajeno a la duda. Lo siento mucho, sobre todo por mí, pero no es así. Entre dos hipótesis, analizo hasta el absurdo, titubeo, veo cosas buenas y malas en todas las posturas, intento comprender a quien discrepa de la mayoría bien o mal pensante. Y, claro, muchas veces me estrello. Máxime cuando compruebo que la sociedad española involuciona a ritmo galopante: los unos insultan ferozmente a quienes no piensan, o pensamos, como ellos, y viceversa. Solamente una cosa sé: muy bien no debemos estarlo haciendo, los unos y los otros, porque esto marcha más bien mal.
Así, por ejemplo, ¿Cree usted que Pablo Casado hizo bien sugiriendo en sede parlamentaria que Pedro Sánchez coopera en un golpe de Estado separatista? Me inclino a pensar que no, que no se puede exagerar ni convertir al presidente del Gobierno, aunque lo sea vía moción de censura y no por las urnas, en un golpista por intentar atraerse a una mayoría parlamentaria `constitucional` a quienes no solo no estarían en esa mayoría, sino ni siquiera en las Cortes si traspasasen la raya roja, espero que infranqueable también para Sánchez, del paso hacia la independencia.
Y, siguiendo con la encuesta (que no es precisamente la del CIS, porque me encuesto a mí mismo), ¿acertó Pedro Sánchez al sugerir, también en sede parlamentaria e ignorando la sede judicial, que lo de los políticos catalanes presos quizá fuese una sedición pero no es una rebelión? No puedo pontificar sobre si acertó, expresando su opinión (la mía, de lego, coincide en este caso con la suya), o, si por el contrario, como afirman los detractores, se inmiscuyó, como jefe del Ejecutivo, en una tarea que compete en exclusiva al Judicial.
Luego, viendo con alarma el evidente adelgazamiento del Estado y cómo hay sectores que tratan, evidentemente, de debilitar a la Corona, continúo interrogándome a mí mismo sobre si las iniciativas de despenalizar los insultos al Rey, etc., inciden en este menoscabo al Estado o, por el contrario, son una muestra más de que ante todo están las libertades y luego lo demás. Ya he dicho otras veces que, siendo, como creo que soy, monárquico, estaré a favor de tal despenalización, por entender que la discrepancia, aunque sea a veces tan zafia, absurda y malintencionada como es, ha de respetarse ante todo, para que sea la ciudadanía quien juzgue contando con la totalidad de los datos, incluyendo la opinión de los idiotas.
Porque luego resulta que vienen las cifras de esa `otra` encuesta, infinitamente más importante que la que yo realice conmigo mismo, la del CIS -dejemos de lado si es más o menos rigurosa: ahora no toca-- , y nos dice, para lo que valga, que el gobernar como está gobernando, tan cuestionablemente, no desgasta, sin embargo, al PSOE. Y que el Partido Popular sigue cayendo, sin que se note el `efecto Casado`. Este juega buscando los titulares como Sánchez juega buscando la imagen: humo en todo caso. Pero al uno la prestidigitación le sale bien, y mira que hay cosas, ejem, curiosas, en el ejercicio del Ejecutivo, y al otro, al líder del PP, le sale peor, aunque muchos de los suyos digan de él que tiene un verbo parlamentario que ya lo quisiera para sí Cánovas del Castillo.
La última pregunta que me hago, por tanto, es si con estas preguntas no estaré bordeando la heterodoxia, esa en la que caemos todos los que andamos fuera de los partidos, de las trincheras, de las verdades reveladas, de la certeza en las instrucciones judiciales, de las tablas de la ley que indican qué castigos hay que imponer a los que adoran becerros de oro diferentes a los que nosotros adoramos. Porque, ay ¿quién puede sobrevivir hoy en día en estas dos Españas, que nos hielan el corazón, les meninges, el cerebro, todo?

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