Opinión

Dialogar con los catalanes, no con la Generalitat

Atribuyen a Churchill la frase "cuando quieras que algo no se haga, forma una comisión para hacerlo". No estoy seguro de que esta sentencia sea original del legendario 'premier' británico -otros la atribuyen a Perón-, pero, en todo caso, es toda una muestra de ese cinismo que caracteriza a los políticos realistas: una comisión, como tal, significa un avance de diálogo. Pero quien, como parece ser el caso de Pedro Sánchez en su última deriva territorial, piensa que meramente con la formación de una comisión parlamentaria se va a arreglar el 'problema Cataluña', me parece que va apañado. Sobre todo, cuando, dentro de unas horas, la Generalitat va a consumar el mayor desafío al Estado desde 1934, consolidando 'legalmente' el referéndum secesionistas que se celebrará dentro de poco más de veinte días, al parecer ya sin remedio.
Estamos, pues, ante un supuesto de emergencia, y me parece que tampoco van a solucionarse las cosas con los llamamientos del responsable del PP en Cataluña, Xavier Albiol, prácticamente pidiendo para ya la aplicación del artículo 155 de la Constitución que dejaría en manos del Gobierno central poderes amplios, e indefinidos, para actuar -pero ¿cómo?- en territorio catalán. Sigo pensando que el diálogo es necesario, pero quizá sea preciso efectuarlo más bien con los catalanes que con los representantes de la Generalitat y sus terminales, que son las que echan leña al fuego. De acuerdo: la sociedad civil catalana, esa mayoría casi siempre, y con afortunadas excepciones, silenciosa, apenas parece existir, está claramente atemorizada. O pasa muy mucho, porque sus simpatías hacia el Gobierno central son manifiestamente mejorables: tampoco 'desde Madrid' se ha hecho todo lo posible, históricamente, por ser siempre simpático con el nacionalismo, que es un estado de espíritu. Ha habido más palo que zanahoria para tratar con la irracionalidad de más de un president de la Generalitat, y muchas miradas hacia otro lado ante la patente corrupción oficial de los no tan molt honorables.
No entiendo, por ejemplo, por qué se habla tanto del artículo 155 de la Constitución y no de otros, como el 152.2, que facultaría la celebración de un referéndum en Cataluña tras la reforma, para mejorar las condiciones de vida de los catalanes, del Estatut. Si la Generalitat no quiere negociar, de acuerdo: negóciese con las fuerzas políticas (y sociales) que quieran hacerlo. Propónganse cosas a la sociedad y si Puigdemont y Junqueras no quieren escucharlas, que sean ellos los que se responsabilicen y a quienes culpen los ciudadanos por llevarlos al precipicio. Creo que, además de hallarnos ante un problema, estamos ante la posibilidad de volver a 'conllevar' el 'caso catalán' durante bastantes años más. Pero, claro, para eso hacen falta ideas de mayor alcance que la de la comisión sanchista -que es un paso, oiga, aunque llegue tarde-, propuestas más ilusionantes que los silencios que llegan de Moncloa, fuerzas emergentes más imaginativas que la duda hamletiana de Podemos, que anda, para colmo, de crisis interna.
Sigo pensando que es necesario un 'libro blanco' sobre Cataluña. Que recopile propuestas, futura aplicación de la legislación vigente en caso de incumplimientos sediciosos y también posibilidades de reforma de algunos aspectos de esa legislación vigente. Todo ello, junto con un catálogo de los incumplimientos, corruptelas sin cuento, trampas legales, mentiras y propagandas ficticias llevadas a cabo por la Generalitat de Catalunya casi desde su segunda restauración, en 1977. Pero, claro, "¿qué se puede hacer ante tanto aspirante a ser Companys?", me preguntaba un amigo barcelonés, bien conectado con la vida pública. Pues quizá eso: no sé si ya es tarde, pero ese 'libro blanco' consensuado, que al parecer nadie prepara, debería contener también una rectificación de las muchas falsedades históricas que, durante años, se ha contado a los niños y a los mayores catalanes. Pero ya digo: quedan veinticinco días. Y, si John Reed mostró que en diez días se puede cambiar el mundo, alguien aquí tendrá que mostrar que en veinte se puede cambiar un estado de cosas que, por irracional, está llegando a ser surrealista.

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