Opinión

Hay que darle un Goya a Puigdemont

Se me ocurrió de repente: ¿y si Puigdemont estuviese preparando un libro en el que cuente su visión personal de ese 'procés' que le ha llevado a los titulares de los periódicos de medio mundo, aunque no siempre hayan sido esas noticias positivas? Bah, lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien. La hipótesis no me parece tan descabellada: todos queremos dejar memoria eterna de lo mejor de nosotros, olvidando aquella certera frase de Azaña, "si quieres que algo permanezca secreto, publícalo en un libro". Y todos, al escribir un libro, queremos cambiar un poco el mundo, aunque muy pocas obras, por supuesto, lo consiguen: ni siquiera el tremendo retrato de Michael Wolff sobre Trump ha logrado provocar apenas un ligero estremecimiento en la Casa Blanca, que, sospecho, incluso ha alentado la difusión del contenido, quizá en un intento de vengarse hundiendo al editor. Un libro escrito por Puigdemont, ahora que van a aparecer tantos, escritos por otros, a favor y en contra, sobre Puigdemont... ¿por qué no?
Al fin y al cabo, Puigdemont es, o se reclama, periodista. Me parece que periodista, lo que se dice periodista, no se es por el mero hecho de haber empezado a escribir crónicas deportivas en el inicialmente muy falangista 'Los Sitios' a los dieciséis años. Es, en todo caso, un amateur, que nunca estudió la carrera ni la ejerció más allá de la militancia en el separatismo. Pero también es verdad que son muchos los que, con menores conocimientos aún que el ex president de la Generalitat y todavía aspirante a lo mismo, han escrito biografías y memorias que alcanzaron cierta celebridad, sobre todo porque una coyuntura personal, política o social, o la casualidad de un 'scoop', apoyaban un texto quizá deficiente.
No tengo dudas de que el nuevo inquilino de Waterloo, si es que finalmente instala allí su 'embajada en el exilio', hallaría tiempo sobrado para la redacción de unas memorias, especialmente si le ayudan otros que sí son periodistas y de su cuerda, comenzando por Eduard Pujol, o tantos otros que se han hecho fuertes en medios públicos o digitales catalanes. Reconozco que yo mismo compraría y leería, aunque no fuese más que por obligación profesional, ese libro. Ingredientes morbosos no le faltarían: un arribista que ha sido capaz de poner en jaque a todo un Estado que, además, es la décima potencia mundial, que sabe que su acción loca tendrá consecuencias irreversibles sobre quienes eran sus representados y sobre todo el resto de la nación española, tiene, ya digo, su morbo. Al fin y al cabo, toda Europa mira atónita sus volatines, que incluyen una pretensión de ser investido 'por plasma', o que el presidente de la nación acuda a conferenciar con él en Bruselas. O en Waterloo, donde otro loco que arrastró a tantos a la desgracia halló su derrota definitiva hace dos siglos. Claro que comparar a 'Puchi' con Napoleón es mucho comparar, pero ya se sabe que el ego de algunos autores no tiene límite.
En el libro de Puigdemont habría dosis de aventura rocambolesca, quizá una pizca de violencia, quién sabe si alguna historia de amor y unas dosis de realidad fantástica que ninguna obra de ficción podría superar. Claro, el final no será feliz, porque de ninguna manera regresará a pasear por el pati dels Tarongers y vaya usted a saber si pergeñará su obra 'maestra' -comillas, por favor_ tras los barrotes de una prisión, como le ocurrió a otro genio, que quedó manco en Lepanto. Aunque ya digo: comparaciones, las justas. Pero, en todo caso, ya veríamos cómo terminaría este libro, porque la verdad es que, ahora mismo, con el Parlament varado, con la autonomía catalana situada en La Moncloa, con la sociedad en Cataluña rota y la economía que empieza a desarbolarse, quién sabe lo que antecedería a la palabra 'fin'.
Lo que sí es seguro es que la obra de Puigdemont, si es que realmente se decide a seguir los consejos de los próximos que le aconsejan que se busque un trabajo y se sienta a pensar ante el ordenador, bien merecería, seguro, ser llevada al cine. No sé qué director le contrataría como guionista -dinero le va a hacer falta al fugado, porque hasta el empresario Matamala, como tantos mecenas, acabará cansándose del inútil empeño-, si especialista en obras cómicas, trágicas o uno de esos que se dedican al cine de aventuras imposibles, pero seguro que alguno habría. Y entonces, este nuevo príncipe de las letras, fénix de los ingenios, podría hasta ser propuesto para uno de los españolísimos premios Goya. Y, para colmo de surrealismo buñueliano, puede que hasta se lo diesen, que cosas más raras, país, se han visto. Y la ambición, como la estupidez, no tiene límites.

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