Opinión

Cuando el Gobierno te da una sorpresita

Resultaba difícil de creer, pero era cierto: los fabricantes de automóviles se enteraron por la prensa de que el Ministerio correspondiente, o sea, el Gobierno, había anunciado que, a partir del año 2040, ya no se permitirán ni los coches diesel, ni los de gasolina, ni siquiera los híbridos. Solamente coches eléctricos en nuestras ciudades y en nuestras carreteras. La preservación del medio ambiente (futuro) ante todo. Sobre el presente, ni palabra a quienes serán los principales afectados, es decir, una industria que supone decenas de miles de puestos de trabajo y miles de millones en exportaciones. Sorpresa, sorpresa.
Conste que no estoy defendiendo ni a una marca, ni a un conjunto de marcas. Ningún compromiso, ni siquiera publicitario para un medio cercano, me ata a fabricante alguno. Soy apenas un pertinaz consumidor de automóvil porque lo necesito, como usted seguramente, para mi trabajo, mi ocio y el de mi familia. Tengo, perdón por la autocita, un automóvil diésel en la familia, y otro con más de quince años de antigüedad. Me siento concernido por las normas restrictivas al coche privado, tanto en lo que respecta al modelo energético como a los planes de cobrar peaje en las autovías y no digamos ya en los nuevos trazados anti-automóvil en las grandes ciudades.
Claro, exijo respeto al medio ambiente. Es mi salud y la de mis hijos. Pero exijo también un poco de sentido común. No quiero cambiar un futuro escasamente prometedor por un presente de vida mísera. El futuro hay que prepararlo desde el presente, no desde las incertidumbres de ese futuro. Yo no quiero que mi Gobierno sea el de las sorpresas, las ocurrencias, ni tampoco que se convierta en el campeón mundial del conservacionismo: hagamos las cosas poco a poco, gradualmente, con cabeza, no con anuncios súbitos que lesionan la seguridad jurídica, económica y personal de fabricantes, de todo su entorno y también de los automovilistas.
Lo siento mucho, pero creo que no se puede gobernar desde las premisas demagógicas del sacar pecho y hala, a por el Guinness de los récords en lo que sea, desde no cremar los cadáveres obesos -seguro que el uso abusivo del Falcon presidencial contamina más-- hasta, simplemente, realizar una política anti-automóvil que puede reportar votos de los residentes en los centros urbanos, pero que provoca catástrofes vitales en quienes, como el que suscribe, tienen que entrar cada día con su vehículo al casco urbano desde ciudades-dormitorio o residenciales cercanas. Y nosotros, claro, no votamos en los grandes centros urbanos, así que no interesamos: solamente nos toca sufrir la parte mala, porque no somos ni ciclistas, ni patinetistas, ni tenemos coche eléctrico, ni vivimos en el centro-centro, ni nada. Solo somos gentes normales, quizá incluso algo gorditas, por lo que es posible que ni nos incineren -menos mal, no nos enteraremos--, gentes que queremos vivir y, si posible fuere, que nos dejen vivir.
Y sí, nos gustaría vivir con la menor contaminación posible. Pero, por favor, sin utopías ni locuras: las cosas, por sus pasos. Y, si de paso, se puede avisar con antelación de los planes gubernamentales a quienes más afectados se van a ver por ellos, mejor. ¿Es mucho pedir?

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