Opinión

El clamor (con sordina) de las bases

Todo preparativo electoral tiene sus escarceos internos: hay quienes se ofrecen para servir a la patria desde un puesto en las listas electorales 'con posibilidades de salir' y a quienes hay que convencer para que acepten figurar en una candidatura; quienes eligen la vía de la crítica al líder frente a los, mucho más numerosos, que se decantan por el peloteo, que ya se sabe que el que se mueve puede no salir en la foto. Y, así, vemos ocasionalmente noticias en los medios que hablan de que las 'bases' del PP exigen que no haya ministros 'quemados' en las listas (no sé por qué, siempre colocan la fotografía de Montoro para ilustrar esta noticia) o que la militancia del PSOE pide a Pedro Sánchez que se radicalice en su programa económico (y aquí la imagen acompañante suele ser la de Jordi Sevilla, casi 'ministro de Economía en la sombra', dicen).
Las bases, que callan cual mayoría más bien silenciosa en los períodos inter electorales, gritan mucho más a medida que se aproximan las jornadas de votación, especialmente cuando algunas de estas bases pretenden dejar de serlo y pasar a la condición de elegibles, diputables o senatoriables. O cargables -que viene de cargo-- en el futuro inmediato, claro. Es lógico, normal y hasta sano democráticamente que exista, pese a todo lo visto y leído, un interés por participar en la política, aunque ese interés sea azuzado por la inclusión en las nóminas oficiales. La parte mala es que rara vez esa presión desde las bases redunda en programas atractivos, novedosos, regeneracionistas.
Estamos, y nos quedan pocas semanas para ello, ante una gran oportunidad. De llevar en las listas a gentes que no han tenido, hasta el momento, conexión directa con la política (ahí hay que reconocer la bastante buena, con matices y claroscuros, labor de Ciudadanos) ni, claro, con las corruptelas y apaños que caracteriza(ron) la 'vieja política'. Y ante la ocasión de incorporar a los programas electorales, para cumplirlos si se gana, propósitos de cambio efectivo. De momento, a través de las entrevistas en los medios y de las comparecencias públicas de los líderes, veo más pasión en la lucha por derrotar al adversario, al que se descalifica de manera machacona, y por glorificar la trayectoria propia, que por incorporar avances realmente significativos en la roma política nacional.
Cierto: no ha sido España país destacado por alentar ni el debate desde las bases ni la participación de la sociedad civil en el proceso político. Ni, ya que estamos, hemos descollado jamás en el noble arte de aceptar disciplinada y calladamente la crítica de los antecesores o de los dependientes: ¡ay de Aznar, que se ha atrevido a lavar los trapos sucios en público!¡Ay del presidente valenciano, Ximo Puig, que osó decir, en un desayuno multitudinario, cuando le preguntaban por el liderazgo de Pedro Sánchez, que "todo es revisable"!, frase que pasó a la posterioridad, aunque luego la matizase; no están los tiempos, estos tiempos de 140 caracteres, para matices.
Y, así, ocurre que los citados tiempos que corren olvidan promesas de primarias para todas las listas, relegan ofertas pretéritas de abrir o desbloquear las candidaturas. Es el dedo omnímodo del jefe quien, en última instancia, decide quiénes seguirán siendo p*base y quién ascenderá al Olimpo de la poltrona. Y a eso, querido Sancho, también se le llama política, aunque no lo sea.

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