Opinión

Los chupinazos de julio: el 'pablazo' y el 'aznarazo'

Hemos despedido junio con un ataque frontal, y es el primero, del secretario general de Podemos contra el rey Felipe VI. Hay como una pelea por ocupar la izquierda y el camino que se busca, el más fácil, es o el anticlericalismo o el antimonarquismo. O, claro, el ataque al sistema fiscal vigente, que ha sido, a cuenta de la exigencia de Podemos para que el Gobierno baje los impuestos si Rajoy quiere que la formación naranja siga apoyándole, uno de los caballos de batalla de la semana. Yo diría que esta que concluye ha sido una semana algo bronca, desabrida, en la que el Estado, en la persona del Monarca, ha sido zarandeado y el consenso constitucional, vapuleado.
Lo de siempre: dos Españas. La que aplaude enfervorizada un discurso del Rey conmemorando en el Parlamento que han pasado cuarenta años desde las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, y la que permanece sentada, con muestras de hostilidad ante las palabras del jefe del Estado y hasta ante los sonidos del himno nacional. La que aplaude es mayoritaria, pero fueron bastantes, y representativos, los escaños que no lo hicieron. Y luego vino el rapapolvo de Pablo Iglesias al jefe del Estado, una figura que el líder morado insinuó que no sirve para nada. Lejos quedan los tiempos en los que el secretario general de Podemos regalaba 'juego de tronos' a Don Felipe.
Me preocupa no poco que coincidan el mal momento -coyuntural, creo y espero_ que atraviesa el Rey, en parte también por el error que cometió vetando, al parecer, la presencia de su padre en el solemne acto conmemorativo en el Congreso, con el recrudecimiento de la tensión secesionista. El ex presidente José María Aznar, que ya se sabe que no está precisamente por echar una mano a su sucesor en la presidencia del PP y del Gobierno, lanzó uno de sus más drásticos 'aznarazos' acusando no demasiado veladamente a Rajoy de excesiva blandura a la hora de tratar la rebeldía separatista catalana, y pidiendo casi la aplicación ya del artículo 155 de la Constitución, para lo que valga, y mano dura. Muy dura.
Así hemos andado, entre el 'manifiesto pablista', contra el jefe del Estado, de corte izquierdista, y el aznarista, contra el jefe del Gobierno, con tono derechista. Ninguno de los dos aludidos, ni Felipe VI ni Rajoy, ha parecido tomarse demasiado en serio los dardos que se les dirigieron, pero yo diría que la cosa tiene su importancia, dado que tanto Felipe de Borbón como Mariano Rajoy son ahora, lógicamente, los pilares sobre los que principalmente descansa el Estado. Así que horadar estos pilares, añadiendo además inestabilidad al conjunto del Gobierno con la reprobación, probablemente merecida, del ministro de Hacienda, es ahora un juego algo melindroso, que diría un portugués. El juego, necesario, de la oposición. Necesario cuando es constructivo, claro.
Y no es que ni a Iglesias ni a Aznar les falte legitimidad, ni quizá razón y razones -yo muchas no las comparto, pero eso es lo de menos-, para lanzar, ahora que estamos en la época, sus chupinazos. Lo que ocurre es que uno es un comentarista político que ya ha visto muchas cosas, y constata que la situación está como está: mejorando económicamente -menudo verano dorado le espera a la hostelería, que es el motor de la economía española-... e inane políticamente. Preocupantemente inane. O sea: muchas reuniones entre Sánchez e Iglesias, entre Rivera y Sánchez, entre Rajoy y Rivera, mucho viaje del Monarca a Cataluña, con Puigdemont al fondo, algo difuminado entre el séquito, pero pocos resultados. Hasta ahora, ninguno, aparte de la verborrea y el palabrerío. Y de los gritos de ritual, claro.
Pero lo cierto es que si Rajoy cree que normalidad política es poder sacar adelante los Presupuestos para 2018 y encontrar un resquicio para satisfacer la exigencia de Ciudadanos bajando algo el IRPF, vamos apañados; a eso se le llama ir tirando, no política de Estado. Parece que ninguno de los actores en presencia entiende demasiado bien la urgencia de emprender una segunda transición, que modernice estructuras, costumbres y, de paso, también el texto constitucional. Cuando nos ha alcanzado de lleno el mes de julio, seguimos, cuánto siento decirlo, de chupinazo en chupinazo, de cafelito en cafelito. Como en los viejos, eternos, tiempos, aquellos en los que julio se utilizaba para lanzar la piedra y esconder la mano, seguro siempre el lapidador de que la ciudadanía andaría entretenida preparando el veraneo y no iba a enterarse de los desmanes.

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