Opinión

Si Carme Chacón hubiese dejado unas memorias...

Hace mucho que tengo la tesis de que los políticos, con el paso de los años desde que abandonan el poder, habrían de escribir sus memorias casi obligatoriamente, transmitiéndonos sus experiencias y narrándonos algunos pasajes menos conocidos de su gestión. Hablo, claro, de unas memorias sinceras, completas, sin vendettas ni autoelogios, y sí con autocríticas. O sea, lo contrario de lo que ahora ocurre: cuando un político nos deja sus memorias, pongamos los casos de Aznar, de Zapatero o, si usted quiere, incluso de Calvo-Sotelo o de Landelino Lavilla, es mucho lo que para sí se guardan y bastante poco el interés de lo que cuentan; ¡con la cantidad de cosas que cualquiera de los citados nos podría haber dejado como herencia positiva! Y no hablo ya de las traídas y llevadas memorias póstumas, nunca escritas -sospecho que nunca se escribirán-, de Adolfo Suárez, ahora que se cumplen cuarenta años de su gran revolución, la puesta en marcha de aquellas Cortes de hecho constituyentes, en junio de 1977, que dieron la vuelta al Estado como un calcetín.
Me surge esta reflexión, una vez más, con la muerte de Carme Chacón. Claro que ella se nos ha ido demasiado joven como para haber dejado un volumen contándonos los secretos de su apretada -y creo que frustrada- vida política. Más de uno, que ahora trastea en las sombras de la gran pelea socialista, se llevaría un gran susto si alguien anunciase que tiene los papeles secretos, o un diario llevado reservadamente, de Carme Chacón y que va a publicarlo. Ella supo tragarse, me parece, muchos sapos. Supongo que es el peaje de los que quieren cabalgar el tigre de la política, tan inmisericorde, aunque ahora muchos derramen lágrimas ante el féretro de quien se ha ido de manera tan imprevista, por muy retirada --¿harta?- que ya estuviese de eso, de la política. No me quito de la cabeza que la pelea de gallos en la que está embarcado el PSOE tendría nuevos rumbos si Chacón hubiera contado algunas, muchas, de esas cosas que transcurren en los subterráneos de la vida partidista.
A muchos ex políticos, cuando me los encuentro en algún sarao, suelo decirles, porque es la verdad, que el alejamiento de la política les ha venido muy bien: rejuvenecen. Ellos, invariablemente -¿a quién no le gusta un halago?-, sonríen: "bueno, tú no te has alejado del periodismo, y sigues tan campante", me dicen, porque desconocen las heridas íntimas que te va dejando el ejercicio diario de este puñetero sacerdocio. Les recuerdo que somos los periodistas quienes tantas veces, aunque sea a través de contar nuestra propia biografía, han de completar su obra, la de ellos, los políticos, poniendo luces donde ellos se empeñaron en mantener sombras, desvelando cosas que ellos trataban de mantener ocultas. Porque ya sabemos que noticia es, al fin y al cabo, todo aquello que alguien no quiere que se publique.
Bueno, la verdad es que alguna vez, muy pocas veces, los políticos, cuando pasan a la condición de ex, nos legan reflexiones interesantes, detalles que no conocíamos a fondo. Lo digo leyendo estos días el muy productivo libro `Un pan como unas tortas`, del tan injustamente caído Josep Antoni Duran i Lleida, o el opúsculo `Tres discursos sobre la reforma constitucional`, de Miguel Herrero de Miñón, un `padre` de la Constitución a quien, inexplicablemente, nadie consulta cuando piensa en introducir cambios en nuestra ley fundamental. Me acuerdo, entonces, de la sentencia cínica -y brillante- de Azaña: "si quieres que algo se mantenga oculto, escríbelo en un libro". Un remedio de aquello, no menos cínico, de Churchill, "si deseas que algo no se sepa, crea una comisión para investigarlo".
Con todo respeto a ambos monstruos de la historia de la política, me atrevo a no estar plenamente de acuerdo con ellos. Toda comisión parlamentaria de investigación -por ejemplo, la que se va a poner en marcha sobre la corrupción pasada- hace, por lo menos, ruido. Puede que no se llegue a conclusión definitiva alguna, pero la política es también espectáculo, y del espectáculo surge ocasionalmente el ejemplo. Pues lo mismo con los libros: algo siempre queda incluso del peor de los volúmenes, decía Max Weber. Así que no le digo nada si Suárez, Felipe González, Mariano Rajoy , Rubalcaba y tantos otros de veras hubiesen desnudado sus almas para transmitirnos cuanto supieron y cuanto callaron, por unas razones o por otras. O Carme Chacón, ya digo, un trayecto intenso, aunque breve, por la política.
¡Cuánto mejoraría la credibilidad de los ciudadanos en sus representantes si estos, aunque fuese tras su paso por la poltrona, se acercasen a la gente contándoles, de verdad, su verdad, valga la imposible redundancia! Al fin y al cabo, los archivos oficiales se abren a la curiosidad del público pasado un cuarto de siglo: bien se podrían, por tanto, abrir los corazones de aquellos a los que elegimos y pagamos para que se ocupen de nuestros asuntos públicos. La Historia se lo agradecería no poco. Y nosotros, las gentes que transitamos por la puñetera calle, creo que también.

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