Opinión

Amar a los animales, sí. Pero sin pasarse

Nos perecemos por lo efímero, por lo casual, de manera que de lo intrascendente pasamos a las grandes cuestiones vía ejemplo forzado, como si la anécdota configurase siempre la categoría. España es el país donde se presentan proposiciones de ley pidiendo que se trate a las mascotas como a seres humanos y donde se organiza un lío considerable porque los defensores de los derechos de los animales quieren que los circos se limiten a payasos, trapecistas y acróbatas, pero nada de domadores de tigres o elefantes, por citar dos ejemplos.
Así que el GDN (Gran Debate Nacional) no hay manera de que se centre en los enormes problemas que España, como país, tiene planteados, desde la inseguridad jurídica y la desigualdad crónica hasta el siempre presente peligro de ruptura territorial: de hecho, es muy difícil que los discursos oficiales pronuncien siquiera la palabra ¿Cataluña`, como antes no se pronunciaba la palabra `Bárcenas`. Menos mal que el presidente Rajoy, en un gesto encomiable, ha reparado ambas carencias, la última vez en un muy estimable discurso ante los congresistas de su partido, donde agarró, creo que con bastante más claridad que acierto, los cuernos del toro catalán, con perdón .
Están pasando cosas muy importantes bajo la superficie de este secarral político con forma de piel de toro en el que vivimos. Vaya por Dios: vuelvo a citar a los morlacos. Y es que hablamos más de toros -entre defensores y detractores, que si el de la Vega o los de Lorca- que de la piel de una nación insensible a las grandes cuestiones que le afectan. Soy, cómo no, un gran amante de los animales, de veras: albergo mascotas de procedencias varias y he tenido que sufrir a una cuidadora de perros que, traída por mi hija, llegó a mi casa para adoctrinarme acerca de cómo comportarme con una perra que se albergamos en adopción, procedente de una guardería canina y que, siempre asustada, sin duda fue objeto de maltratos en un pasado que desconocemos. Pero me indigno ante el espectáculo de quienes muestran mucho más amor ante un animal que por los seres humanos. Y, así, dan su piedad, su caricia, su pan y hasta su alojamiento a un can lastimado en la calle que a un mendigo. O a un refugiado sirio, digamos.
Estoy deseando, en suma, que alguien pregunte al Gobierno, o a quien sea, en el Congreso de los Diputados, o donde sea, qué ha ocurrido con aquella promesa de traernos al paraíso español a unos cuantos -pocos, en el fondo- miles de esos refugiados del horror y del terror impuesto por seres crueles. Y a mí, la verdad, llámeme desalmado si quiere, pero el circo me sigue gustando... con sus elefantes, sus tigres y esos domadores de grandes mostachos que meten su cabeza en la boca del león, que siempre me pareció más amigo del hombre que algunos hombres, que merecen aquella maldición hobbesiana de `homo, homini lupus`. Porque ¿qué es un circo, excepto el del soleil, que es otra cosa, sin animales?
Siento decirlo, pero ya está bien de darnos la pelma con algunas versiones de Pacma, esos defensores de los animales que a veces se pasan de frenada. Y ya está bien de agredirnos, a quienes pensamos que el medio ambiente es lo primero, con máximas ultra-ecologistas que van mucho más allá de lo razonable. Y me temo que ya está bien de perder el tiempo, y los titulares, en actividades parlamentarias que restan espacio a otras tareas legislativas que me parecen mucho, pero mucho, más urgentes.

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