Opinión

El bus de la discordia

La vida está llena de ironías. Resulta que la dirección de Podemos alquiló un autobús para convertirlo en dazibao rodante en el que reflejar algunas de las fobias de Pablo Iglesias hacia diversos personajes de la vida política y mediática española y al segundo día va y se les cala el embrague. Todo un símbolo del errado camino emprendido por Iglesias al interpretar su victoria en Vistalegre II como un aval para transformar Podemos en una suerte de réplica del italiano 5 Estelle del cómico Beppe Grillo.
Pese a la habitual trompetería televisiva que suele aplaudir sus iniciativas, tengo para mí que el número del "bus de la trama" -así lo han bautizado- es un acto compensatorio. Una iniciativa nacida tras constatar un hecho políticamente muy significativo: la irrelevancia parlamentaria de Podemos. En lo que llevamos de legislatura las iniciativas legislativas del grupo apenas ocupan una página en el Diario de Sesiones del Congreso.
Una fuerza que en su día se presentó ante los ciudadanos como portadora de proyectos transformadores de la sociedad -su objetivo era tan elevado que Iglesias, parafraseando a Marx al evocar la aventura Comuna, se presentó dispuesto a asaltar los cielos- resulta que está gastando toda la pólvora en salvas de plató. En numeritos de abandonos del Hemiciclo o de exhibición de camisetas con lemas dizque irreverentes. Todo muy de asamblea de facultad y de escraches antes de ir a tomar unas cañas con los amigos.
Por lo demás, el dazibao rodante es de dudosa legalidad. Algunos de los retratados podrían considerar infamante la inserción de su imagen y acudir a los tribunales en demanda de protección al honor. Con setenta diputados en el Congreso, de la tercera fuerza parlamentaria de España cabía esperar algo más que ocurrencias como esta. Sin duda, algunas de las iniciativas emancipadoras emprendidas por las diferentes corrientes y mareas que se integran en Podemos obedecen a la falta de consistencia del discurso político de la dirección surgida de Vistalegre II. Es dudoso que Carolina Bescansa, Luis Alegre o Iñigo Errejón se hubieran prestado al numerito del autobús. Su silencio resulta signifitivo.

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