Opinión

Macabra coincidencia

El mismo día que el Gobierno aprobaba reforzar la protección a las mujeres ante la violencia de género en Madrid, en Jaen un hombre apuñalaba a su esposa hasta quitarle la vida y luego se pegab El mismo día que el Gobierno aprobaba reforzar la protección a las mujeres ante la violencia de género en Madrid, en Jaen un hombre apuñalaba a su esposa hasta quitarle la vida y luego se pegaba un tiro. Macabra coincidencia.
El verano ha sido particularmente mortífero y el Ejecutivo decidió  acelerar la puesta en marcha de un paquete de medidas (ya estaban previstas) para mejorar la valoración y detección de los casos de riesgo en materia de violencia machista. Es indudable que se deben reforzar y adaptar los cuestionarios para detectar de manera más rápida y eficaz los niveles de riesgo. Sabemos que la muerte es el último peldaño de una escalada lenta que a veces dura años y que la prevención y el control del maltratador puede evitar ese terrible desenlace. Pero también es necesario recordar que estas medidas de refuerzo suponen que haya,  previamente, una denuncia por abuso y maltrato. De no haberla de nada sirven los formularios ni  los cuestionarios. El maltratador queda bajo el amparo del miedo y la víctima presa del silencio.
En España las cifras son aplastantes: el  71% de las mujeres maltratadas nunca ha denunciado a su verdugo. Las causas, todos las conocemos o intuimos y  básicamente se resumen en una sola palabra: miedo. Sólo un dato más para ilustrar que estamos ante un problema complejo. Casi la mitad de las víctimas que no denuncian no lo hacen porque no le dan importancia. Es decir, la propia mujer considera que las agresiones que sufre no son actos de violencia machista, cuando sí lo son.
Que la víctima ampare, sin quererlo,  a su agresor demuestra hasta qué punto estamos ante un fenómeno de una complejidad tan grande que parece cándido pensar en una única solución.
Hace unas pocas semanas y desde esta misma tribuna de opinión recordaba que la solución no es sólo de poner un fajo de billetes sobre la mesa. Los países más desarrollados de Europa, los que tienen mejores resultados educativos, los mayores niveles de PIB, los estandartes más altos en materia de paridad son los que, a pesar de todo, arrasan en el triste ranking de muerte por violencia machista.
Todos los expertos y analistas de las cuatro esquinas del planeta coinciden en que la desigualdad, la sumisión, la dependencia económica, los estereotipos, son el caldo de cultivo de la violencia física y psicológica. Atacar estos cimientos es apostar por la erradicación de la violencia de género. También todos los analistas y expertos saben cual es el camino: mayor autonomía económica para las mujeres, participación en el toma de decisiones en todas las esferas y demantelar  las normas sociales ancladas que perpetuan el poder de los hombres sobre las mujeres. Ahora busquemos el cómo.

(*) Presidenta de Executivas de Galicia. a un tiro. Macabra coincidencia.
El verano ha sido particularmente mortífero y el Ejecutivo decidió  acelerar la puesta en marcha de un paquete de medidas (ya estaban previstas) para mejorar la valoración y detección de los casos de riesgo en materia de violencia machista. Es indudable que se deben reforzar y adaptar los cuestionarios para detectar de manera más rápida y eficaz los niveles de riesgo. Sabemos que la muerte es el último peldaño de una escalada lenta que a veces dura años y que la prevención y el control del maltratador puede evitar ese terrible desenlace. Pero también es necesario recordar que estas medidas de refuerzo suponen que haya,  previamente, una denuncia por abuso y maltrato. De no haberla de nada sirven los formularios ni  los cuestionarios. El maltratador queda bajo el amparo del miedo y la víctima presa del silencio.
En España las cifras son aplastantes: el  71% de las mujeres maltratadas nunca ha denunciado a su verdugo. Las causas, todos las conocemos o intuimos y  básicamente se resumen en una sola palabra: miedo. Sólo un dato más para ilustrar que estamos ante un problema complejo. Casi la mitad de las víctimas que no denuncian no lo hacen porque no le dan importancia. Es decir, la propia mujer considera que las agresiones que sufre no son actos de violencia machista, cuando sí lo son.
Que la víctima ampare, sin quererlo,  a su agresor demuestra hasta qué punto estamos ante un fenómeno de una complejidad tan grande que parece cándido pensar en una única solución.
Hace unas pocas semanas y desde esta misma tribuna de opinión recordaba que la solución no es sólo de poner un fajo de billetes sobre la mesa. Los países más desarrollados de Europa, los que tienen mejores resultados educativos, los mayores niveles de PIB, los estandartes más altos en materia de paridad son los que, a pesar de todo, arrasan en el triste ranking de muerte por violencia machista.
Todos los expertos y analistas de las cuatro esquinas del planeta coinciden en que la desigualdad, la sumisión, la dependencia económica, los estereotipos, son el caldo de cultivo de la violencia física y psicológica. Atacar estos cimientos es apostar por la erradicación de la violencia de género. También todos los analistas y expertos saben cual es el camino: mayor autonomía económica para las mujeres, participación en el toma de decisiones en todas las esferas y demantelar  las normas sociales ancladas que perpetuan el poder de los hombres sobre las mujeres. Ahora busquemos el cómo.

(*) Presidenta de Executivas de Galicia.

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