Opinión

Para bien de la humanidad

Posiblemente al mundo tan laico e incluso laicista en el que vivimos le cueste comprender en profundidad los gestos ecuménicos que está haciendo la Iglesia católica. El último y contundente tuvo lugar en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana. Abrazo esperado desde el año 1054. Mil años de espera que se consumaban con la cordialidad de dos hermanos separados. Y este hecho tiene repercusiones importantes para toda la humanidad.
El cristianismo ha pasado sus veinte siglos por avatares múltiples. Las persecuciones y las catacumbas hasta el año 313 con la firma del Edicto de Milán y la Paz Constantiniana que permitía la libertad de culto; y más tarde llegó el Edicto de Tesalónica (Cunctos Populos) de 28 de febrero del 380 del emperador Teodosio el Grande, que convertía al cristianismo en religión oficial del Imperio. Moría así la aconfesionalidad.
Cuando en el año 476 caía el Imperio Romano, mientras la parte oriental quedó unida en torno a Bizancio, la occidental se dividía en reinos con consecuencias para la Iglesia y los estados. En el siglo VII los musulmanes se hicieron con tres patriarcados: Alejandría, Antioquia y Jerusalén, quedando así enfrentados Roma y Constantinopla. Los orientales y sus patriarcas, por causas como la veneración de las imágenes, o el primado del patriarca de Occidente, que era el papa, al margen de discusiones teológicas, formaron un bloque que alimentó la separación del cristianismo en dos: ortodoxos y católicos, favorecido en parte por su unidad política. Así llega el llamado Cisma de Oriente. Lo intentó Focio en el año 1053 y lo consumaron, con la mutua excomunión, el patriarca Miguel de Cerulario y el papa León IX, el 16 de julio de 1054. División por caprichos religiosos y políticos.
Aquel gran papa que fue el beato Pablo VI dio un primer paso en 1964 cuando en Jerusalén se reunió con el patriarca Athenagoras de Constantinopla, levantándose la mutua excomunión de 1054. El Concilio Vaticano II, sobre todo con el Decreto sobre el Ecumenismo (21-11-1964), reconoció el escándalo que supone la división de los cristianos y desde entonces se han dado pasos importantes. Baste recordar los encuentros de Juan Pablo II y el patriarca Dimitrios en 1987 y con el patriarca sirio Mark Dinja IV en 1994.
Tanto el papa polaco como después Benedicto XVI (que renunció a ser el patriarca de Occidente) han recibido a representantes de Iglesias cristianas, del judaísmo y del Islam. Y, en los encuentros de Asís por la paz, promovidos por san Juan Pablo II, participan la mayoría de las confesiones religiosas.
El actual papa Francisco no ceja en su empeño de acercamiento incluso de todas las religiones monoteístas. En marzo de 2013 el patriarca de Constantinopla acude a la toma de posesión de Francisco como papa, manteniendo relaciones cordiales. Importante ha sido el encuentro en Tierra Santa los días 26-26 de mayo de 2014 entre Francisco y el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, y en noviembre de 2014 el papa envió un mensaje a Kiril: “Iré adonde quieras. Llámame y yo voy”.
El documento de 10 puntos firmado por Francisco y Bartolomé I afirma: "Mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad, especialmente en la defensa de la dignidad de la persona humana, en cada estadio de su vida, y de la santidad de la familia basada en el matrimonio, en la promoción de la paz y el bien común y en la respuesta ante el sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo. Reconocemos que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado".
El encuentro con Kiril acaba de celebrarse, firmando ambos un comunicado de 30 puntos que acaban: "Que la Santísima Virgen María con su amparo fortalezca la hermandad de todos que la veneran, para que ellos, en un momento determinado, por Dios, se junten, en paz y concordia, en el único pueblo de Dios". Francisco dijo con humildad: "¿Podremos en la época crucial dar testimonio conjunto del Espíritu de la verdad? No somos competidores, sino hermanos".

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