Opinión

Valls defiende al Estado

Este jueves el ex primer ministro francés y candidato a la alcaldía de Barcelona, Manuel Valls, echó el día en Madrid. Dijo verdades como puños. Las que echamos de menos en boca de los líderes nacionales (Sánchez, Casado, Rivera) cuyo compromiso constitucional decae frente al interés electoral de sus respectivos partidos (PSOE, PP y Cs).
No denuncia expresamente ese cainismo que atenta contra el superior interés de un Estado bajo amenaza del independentismo. Entre otras cosas porque la denuncia cursaría como un doble reproche. Por un lado, a la dirección de Ciudadanos, que es su pista de despegue en la política española. Por otro, a "mis amigos socialistas españoles", cuya relación con el poder pasa y puede seguir pasando por el ineludible apoyo parlamentario de los diputados separatistas.
No hace la denuncia de forma expresa, pero se refiere a las peleas de Sánchez contra Rivera-Casado, o de Casado-Rivera contra Sánchez, por cuenta del problema catalán, como un temerario desprecio al principio del interés general. Su modesta aportación: "Prefiero no ser alcalde que llegar a serlo por pactar con partidos reñidos con el orden constitucional". Eso dice en indisimulada referencia al nacional-populismo de Vox, los independentistas de Ernest Maragall y los seguidores de Ada Colau.
Valls lo tiene claro. Opina que si las tres fuerzas de adhesión constitucional son incapaces de ponerse de acuerdo en dotar de estabilidad a las instituciones, por encima de sus intereses de partido, lo cual incluye la voluntad de afrontar de forma conjunta el desafío separatista, estarán abriendo camino a una crisis de Estado. El mismo Estado cuya presencia en Cataluña echa de menos este candidato a la alcaldía de Barcelona de acreditada identificación con el régimen del 78, desde que siendo un cachorro del socialismo francés celebró en el madrileño hotel Palace la barrida felipista de 1982.
Treinta y siete años después le oigo quejarse de que "Pedro Sánchez no quiere recibirme", a pesar de haberlo intentado en más de una ocasión. Silencio administrativo ha sido la respuesta de Moncloa. Una lástima. Al aún presidente del Gobierno no le vendría mal escuchar las razones que llevan a Valls a afirmar que "Sánchez no entiende el problema catalán". Y, de paso, atender sugerencias sobre la necesidad de forjar un alineamiento de los tres principales partidos de ámbito nacional que, entre otras cosas (educación, financiación autonómica, pensiones) dejase fuera del debate electoral el problema de Cataluña.
Tampoco estaría mal que Sánchez tuviera ocasión de reafirmarse en las ventajas del diálogo con los independentistas. Dialogar no es delito. Pero claudicar o parecer que se claudica es el camino corto hacía la ruptura del pacto entre gobernantes y gobernados.

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