Opinión

El telefonazo

El telefonazo Trump-Rajoy duró quince minutos, cinco menos de lo previsto. Casi mejor. Una charla prolongada hubiera tenido riesgos. Antes o después se hubieran abordado aquellos asuntos donde la vergüenza torera obliga a posponer los intereses a favor de los principios. Sabiendo que el veneno está en la dosis, tanto mejor si se evita el trance de fijar el punto a partir del cual los intereses de un país deben ceder frente a decisiones reñidas con la declaración universal de los derechos humanos.
Así que el tiempo de la conversación telefónica fue más que suficiente, contando el tiempo de los traductores, para constatar que las cosas van bien entre España y los Estados Unidos y que ambas partes desean que sigan yendo bien. Las bases militares siguen en su sitio (Morón y Rota), ochocientas empresas españolas crean puestos de trabajo en EE UU y el acreditadísimo compromiso de España en la lucha contra el terrorismo yihadista está fuera de toda duda.
Doctrina marianista. No hagamos olas en las relaciones bilaterales hispano-norteamericanas, inauguradas por Franco a finales de los años cincuenta del siglo pasado y mantenidas contra pronóstico en la operación modernizadora llevada a cabo por los socialistas de Felipe González tras su barrida electoral de 1982.
Tampoco queda mal la parte española en la resultante mediática del telefonazo. Prácticamente todos los medios de comunicación coinciden en destacar que nuestro país se ofrece como interlocutor en la Unión Europea, Latinoamérica y el norte de África. Lógico y previsible, si entendemos que el oficio de interlocutor no es exactamente el mismo que el de socio o aliado. El tamaño importa en la política internacional. Y el nuestro no es precisamente el de una gran potencia capaz de determinar las relaciones de poder a escala global.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se limitó a reproducir nuestro manual diplomático en política exterior. A saber: pertenencia europea, vocación latinoamericana y cercanía africana. Por ese orden. Y siempre sobre nuestra inexcusable condición de integrantes de la UE. Por ahí justamente hemos podido rastrear el único elemento de implícita discrepancia de criterio en las posiciones de Trump y Rajoy. Me refiero a las ideas del extravagante presidente norteamericano sobre el futuro de la UE. Trump lo ve negro y Rajoy todo lo contrario.
El presidente español no comparte en absoluto la visión negativa de Trump respecto a una Europa recostada en la generosidad estadounidense, que escurre el bulto a la hora de compartir los gastos de la defensa transatlántica y que abre los brazos a las oleadas de inmigrantes culturalmente hostiles al llamado mundo civilizado. Según el nuevo inquilino de la Casa Blanca, se entiende. Rajoy no solo no lo comparte. Incluso aseguró que hará todo lo posible lo posible por reforzar a la UE y su carácter integrador.

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