Opinión

Malas señales

No es precisamente el engorde artificial de la tesis de Sánchez o los pecados de juventud tardía cometidos por altos funcionarios del Estado en Cartagena de Indias lo que realmente preocupa a los españoles. Sin embargo en la glosa de ese tipo de escándalos se van las energías de la política nacional.
La ministra portavoz, Isabel Celáa, hablaba este viernes del "brutal acoso" contra el Gobierno socialista. Es cierto. Pero el acorralamiento de un Gobierno está en razón directa de su propia debilidad. El acoso es eficiente porque no hay remada conjunta de Sánchez y sus supuestos costaleros parlamentarios.
Los que hemos tenido el dudoso privilegio de haber vivido el tramo final del felipismo -dicho sea por el cuarto de siglo añadido al historial-, sabemos que los golpes a Sánchez desmerecen de las desgracias acumuladas sobre el Gobierno socialista de Felipe González en la Legislatura 1993-1996.
Allí se incubó el salto a la fama de José Maria Aznar (marzo 1996). No digo que fuera ilegítima la incubadora, pero una parte de los grandes escándalos de la época también se fraguaron en las cloacas. Al igual que la parte del acoso al Gobierno Sánchez que se alimenta del maloliente fondo de armario de un antiguo servidor del Estado. Me refiero al ex comisario Villarejo, que ya entonces hacia de las junto a García Castaño, un colega conocido por aquel entonces como el "blasillo".
Los nombres de Javier de la Rosa, Mario Conde, Luis Roldán, los Albertos, Amedo, etc. están ligados a una época en la que las contrariedades se cebaron sobre aquel Gobierno como una plaga bien nutrida por una curiosa sindicación político-periodística-judicial conjurada para acabar con Felipe González. Y, por si fuera poco, tampoco era raro el día en que había que lamentar un nuevo asesinato de Eta o el abucheo del ministro del Interior en los funerales.
Eso sí fue "acoso brutal". Y no el que refieren las palabras de la ministra Celaá cuando trata de explicar la situación que ha llevado a Pedro Sánchez a no descartar ya una prematura convocatoria de elecciones generales si, por un lado, PP y Ciudadanos insisten en hacerle la vida imposible y, por otro, los supuestos socios de Sánchez priorizan el conflicto sobre el diálogo, según relato de presidente del Gobierno.
El caso es que empiezan a saltar las señales de una eventutal cuenta atrás. No hay presupuestos, Podemos recuerda a Sánchez el listón de sus propias exigencias éticas, los independentistas catalanes se disponen a incendiar de nuevo la calle (aniversario del 1-O), Villarejo amenaza desde la cárcel con más basura y la vicepresidenta del Gobierno sugiere la posibilidad de "intervenir" en los medios de comunicación.
Malas señales todas ellas de que la estabilidad sigue siendo un bien escaso en la vida política española de tres años a esta parte.

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