Opinión

La escapada

El minuto y resultado de la actualidad decae ante la pasión por la escapada. Millones de españoles están ahora más pendientes del tráfico en las carreteras y de la información meterológica que del culebrón de Murcia, el desarme de Eta, el ensueño separatista de Puigdemont o la vieja guerra fría ruso-americana con distintos collares.
Los analistas económicos, los hosteleros y la Dirección General de Tráfico hablan de la "Semana Santa de la recuperación", pues desde 2008 no se lograban indicadores tan altos (el buen tiempo, la ocupación hotelera y los 15 millones de desplazamientos calculados hasta el lunes 17), si bien la tendencia venía siendo al alza en los últimos tres años.
Todo ello sobre fondos visuales y sonoros donde la religión se cruza con la antropología, so pretexto conmemorativo de la pasión y muerte de Cristo. Solo como pretexto, porque si de verdad hubiera calado la moraleja de aquel drama, ocurrido hace más de dos mil años, no tendríamos que estar lamentando a todas horas que las querellas humanas, entre países o entre personas de distinta creencia religiosa o distinto grado de evolución, se sigan librando a golpe de misil, de armas químicas o de cruel atentado terrorista.
Lo cierto es que, con el paso del tiempo, la Semana Santa se ha ido celebrando cada vez menos como aniversario de la muerte de Cristo y cada vez más como una excusa de la evasión. A la playa, a la montaña, al campo, al pueblo que algunos todavía tenemos el privilegio de retener en la memoria.
Por mí que no quede. Ni lo uno ni lo otro. Tiempo quedará para disponer de los alicientes de la Naturaleza en mi particular esquinita del mapa y para vivir en la capital esa "sacralización del espacio" que experimenta Zamora en estas fechas, según la brillante tesis de del antropólogo Alonso Ponga. No hay mejor forma de explicar como se recuerda en esta tierra la muerte de Jesús de Nazaret. Se sacralizan el aire, los sonidos, el empedrado de las calles y los rincones amurallados de esta vieja ciudad leonesa (que no castellana).
Buen sitio para reencontrarse con este atavismo que renovamos de año en año, entre la antropología y la religión, como queda dicho. Sin renunciar a la otra celebración. La de la primavera que acaba de decretar el calendario. Un año más, en el Valle de Vidriales, a la sombra del majestuoso Teleno, donde la despoblación pasa factura en este olvidado reino de la quietud y el rumor del viento enamorado de los chopos.
Y así, a la espera del Domingo de Resurrección, para que el Cristo doliente de las siete palabras vuelva a ceder el paso al Cristo carismático de las diez bienaventuranzas.

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