Opinión

El susurro de Forcadell

Antes, épica y gritos ante las masas. Ahora, acatamiento y susurros ante los jueces. Maravilloso recurso literario el del editorialista de un periódico de tirada nacional.
Se refiere al "susurro exculpatorio" de Carmen Forcadell ante el Tribunal Supremo. Entre dientes y con la cabeza baja. Expresión corporal, dirían los expertos en comunicación. Ante el juez, las defensas y la acusación pública, la verbalización quedó reducida a la mínima expresión. La del balbuceo.
Así capeó la presidenta del Parlament (en funciones al frente de la Diputación Permanente) su mala conciencia. Lógico. No parecía sentirse orgullosa de haberse garantizado a cambio de un plato de lentejas la continuidad de su confortable existencia.
El plato de lentejas se lo había puesto la Justicia española a las puertas de la cárcel. Por si Forcadell tenía a bien reengancharse al imperio de la ley y reconocer que la república independiente de Cataluña había sido declamada en el Parlamento de la Comunidad Autónoma solo a efectos "simbólicos".
Y ella lo aceptó. Pero ella no es cualquiera. Era una pieza clave del bien orquestado desafío al Estado. Sin ella no hubiera sido posible la invención de una fuente de soberanía diferente a la descrita en la Constitución. Y sin ella nunca hubieran podido tramitarse a primeros de septiembre en el Parlament las llamadas leyes de ruptura con España.
Ella es la misma persona que, ocupando un puesto institucional, era capaz de arengar a las masas en la calle pocos días después de la sediciosa aprobación de dichas leyes). La misma que el jueves pasado, asumía la Constitución, el 155 y la farsa de la república catalana.
De repente el teatro del "procès" se ha quedado sin decorados en el escenario, sin público en la sala y sin agua en la piscina. ¿Qué será ahora de Puigdemont y, sobre todo, qué será ahora de los cientos de miles de catalanes que se embarcaron de buena fe en la ilusión de esa unidad de destino en lo universal que les prometieron en forma de república?
En las últimas horas se ha acrecentado la perplejidad que se ya se había instalado dentro de esa campaña de cristal en la que viven y se retroalimentan los independentistas. Perplejos y desorientados vieron como la declamación de independencia se hacía cada vez más líquida y los efectos del 155 cada vez más sólidos. La inesperada convocatoria electoral de Moncloa les había roto la cintura pero sobrevivían gracias al encarcelamiento del Govern, el deslucido mesianismo de Puigdemont en Flandes y la esperanza de una lista única que mantuviera vivo el sueño.
Pero primero la ruptura entre Puigdemont y Junqueras, y después la capitulación de Forcadell, que ha escapado de la cárcel por un plato de lentejas, ha dejado a la causa sin fuentes de vida. Mecáchis.

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