Opinión

Por buen camino

Vamos por buen camino, por muy buen camino. La fruta gallega, tan sabrosa no sé si gracias a la acidez del suelo, si por culpa de las nieblas que llegan del mar y luego trepan por las dulces laderas de nuestros montes o debido acaso a las blandas lluvias que las mojan como si las mecieran, quién sabe si incluso gracias al sol más hermoso de todos, ese rubio, y dorado, y cobre, y rojo de nuestros atardeceres atlánticos, esa fruta, hace años que ha dejado de comercializarse de modo que, en el mejor de los casos, únicamente un telón de grelos lo va cubriendo todo, cuando llega el invierno, bendito sea, y mientras el invierno no llega otro de maíz de forraje lo hace según el verano se va acercando. Grelos y maíz, eso es todo.


Grelos y maíz, con lacón aquel, en forma de pan y con sardinas este, para alimentarnos nosotros, mientras bebemos nuestros vinos y seducimos turistas al amparo de unos cuantos huesos que yacen en tres vasijas de cristal y no todos son humanos y, los que lo son, o son de niño o de mujer son. El resto son pinos y eucaliptos. Hemos dejado de cultivar el campo. Ahora traemos frutas insípidas nacidas bajo inmensos mares de plástico, comemos verduras insaboras, dejamos de ponerles nombres a las vacas y empezamos ya a quedarnos sin ellas en las granjas mientras nuestro mar, desocupado de peces, produce mejillones y los criaderos que nosotros echamos a andar emigran a otras latitudes y así comemos lubinas griegas, nécoras francesas, bogavantes canadienses, percebes marroquíes y sucesivamente, especie tras especie, en tanto que cantamos, cada vez más bajito, aquello de pra mariñeiros nós!  ¡Ah, qué tiempos se nos fueron de las manos! Y lo peor no es eso, lo peor es que los dejamos ir, como si no nos importase, como si no nos fuese la vida en ello.


Grelos, maíz para forraje, algunas granjas avícolas, porcinas y de vacuno, el resto pìnos y eucaliptos al tiempo que fueron cerrando las fábricas de muebles. Cuando nuestro gobierno, el gallego, claro, apoyó algo de forma decidida, la industria textil y de la moda cobró una importancia insólita. Cuando hubo ese apoyo se empezaron a filmar películas importantes y hasta la industria editorial pareció que levantaba la cabeza; más tarde, el gobierno de Fraga dejó dos millones y medio de libros en los almacenes de la Xunta y esa ballena jorobada que varó en el monte Gaiás para jorobar a su vez los presupuestos generales.


Mientras este tiempo no llegaba, creamos tres universidades, apoyadas cada una de ellas en los campus que estas levantaron en Ourense, Ferrol y Lugo y, cuando creíamos que iban a desarrollar aquí lo que sus alumnos habían aprendido, empezaron estos  a subirse al carro de ese eufemismo que se llama la movilidad exterior de forma que se llevaron con ellos todo el aprendizaje de una escuela médica que, si está consiguiendo logros importantes, avances científicos serios, no va a tener la continuidad esperable gracias ese flujo de miseria, entendido sea éste en su acepción más intelectual y anímica, el flujo que los empujó fuera de sus casas seculares.


Hace años se avisó de que este nuestro se nos iba a convertir en un país de camareros y, lo que no era profecía sino reflexión, sentó mal en muchos atribulados corazones. Ahora ya somos un país de camareros. A los médicos, se le han sumado ingenieros y arquitectos, profesores y enfermeros, que no tienen excesivas trazas de poder regresar a sus hogares. Pese a todo, todavía seguimos disponiendo de un sistema sanitario y de otro educativo ciertamente envidiables si se les contempla desde otras latitudes. Pero parece ser que seguimos por el mismo camino emprendido hace muchos años, bien que fuese a fuerza de empujones.


En otros lugares de España ha empezado la lucha contra la industria nacional por excelencia y, pandillas de bárbaros, detienen autobuses llenos de turistas. Pintarrajean las carrocerías, cuando no los queman, asustando a quienes nos visitan pretendiendo que el ejemplo cunda y dejen de una vez de visitarnos. ¿Qué haremos cuando no nos visiten? ¿Qué harán nuestros camareros? ¿ Y los demás, qué haremos los demás si el ejemplo cunde? Es preocupante la lectura de los periódicos extranjeros dando cuenta de estos vandalismos. Estremece leer los nuestros comentando los coitos en plena vía pública o en medio de la playa, las inmensas borracheras de las despedidas de solteros, la agresividad de los aficionados al futbol, atiborrados de cerveza, la indiferencia de las más de las autoridades consentidoras de excesos, acaso ocupadas en sus marrullerías presupuestarias, en sus luchas intestinas, entretenidos en un nada flemático laissez faire, laissez passer que nos ha conducido a esto.


Vamos por muy buen camino, directos a donde ustedes decidan que este acabe; directos a donde todos consintamos ser llevados. También en Galicia vivimos del turismo y, si esto no es del todo cierto, sí lo es que sobrevivimos gracias a él. Somos el país del churrasco y de la sardinada, de los pimientos que pican o que no, aunque no sean de Padrón, de las rapas das bestas, las playas con catedrales, los furanchos y los hoteles, los restaurantes, los vinos y en otras galaicas peculiaridades del país que siempre es una fiesta según llega el verano. A esto es a lo que hemos llegado. Rosalía y Pondal siguen enfrentados y la costa verdescente de escuro arume arpado monta por encima de la que amaba la Poeta en beneficio de la que soñó aquel médico algo visionario e incapaz de detectar sus propios males.

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