Opinión

Mi paraíso está partido

Hace años que no acudo a esas cenas o comidas anuales con las que, los que hicimos juntos el bachillerato en el que entonces era llamado el Instituto del Posío, rememoramos anécdotas propias y ajenas, hechos de profesores, manías de directores y toda cuanta ocurrencia se somete a la violencia o a la caricia del recuerdo.
Hace años que no acudo, bien que lo siento. Igual hace ya un cuarto de siglo. La última vez fue cuando celebramos el medio siglo de la culminación de nuestro bachillerato superior. La gente joven ignora estos extremos pero, cuando concluías el bachillerato elemental, el de reválida de cuarto, pasabas a disfrutar del “don” y, cuando era la de sexto la reválida que aprobabas se te reconocía el “Don” y ya te sentías alguien.
 Cuando celebramos el cincuenta aniversario de nuestro sexto curso, pude asistir al acto que tuvo lugar en el paraninfo del Instituto, pero no a la comida posterior. La última ocasión que tuve fue la de compartir mesa y mantel con mis compañeros en ocasión tan lejana como aquella en la que Enrique González Aller, redactor que fue de la Constitución de Nicaragua, se enfrentó dialécticamente a Daniel Pato Movilla, director que había sido del Colegio Menor, y tuve que intervenir para poner orden. Desde entonces no he vuelto a ellas. No he podido. Siempre ha habido un viaje que lo impidiese.
Hoy les escribo a ustedes desde Lisboa, mucho más lejos de lo que parece. Lo hago en este tono evocativo que atrae a unos y repele a otros pero, ya ustedes lo saben, los lectores de periódicos comen de todo y hasta los hay que se indigestan. No es mi intención que estas evocaciones del Ourense que se fue se le atraganten a nadie, pero es lo que hay o, dicho por lo cursi y hoy considerado fino, that’s all, folks.
¿Qué es, o qué ha sido, lo que ha provocado la evocación de hoy? Se lo diré aunque sólo sea por seguir sajonizando el texto: ha sido el WatsApp. Este año, mis compañeros han creado un chat en el que participan no pocos de ellos. Yo no participo, pero fisgoneo todo cuánto puedo; así voy sabiendo de ellos…y de mi; así vas sabiendo que aquel que considerabas amigo no soportaba tu presencia y que aquel otro, al que contemplabas con estúpida suficiencia, te conserva el afecto que nunca intuiste, la camaradería que no que adivinaste, la amistad que se ve que era sólida e importante. Son pequeños y grandes descubrimientos que te confirman en unas apreciaciones, te instalan en otras y hacen que te alegres de haber vivido tanto y poder contarlo todavía.
Al llegar  a Lisboa, fisgué de nuevo en el WathsApp. Hace años, lo mismo hace cincuenta, que no veo a A. Lo recuerdo grande, y gordo, y bueno. Creo que sigue siendo todo eso, incluso gordo. Yo lo estoy, o lo soy, y tan contento. Nos manda al conjunto de compañeros del Instituto unas magníficas fotografías de la playa de A Lanzada y un texto en el que nos advierte que “no es necesario ir a la Seychelles o a Punta Cana, Cancún o cualquier otro pretendido paraíso. El paraíso está aquí”. Creo que tiene razón.
Llegué a Lisboa. Está más hermosa que nunca. Sin embargo el taxista pretende darte una vuelta a mayores, el camarero se olvida de darte bien el cambio y por poco se te queda con veinte euros como quien no quisiera la cosa, mientras que, en otro lugar y otro camarero, pretende hacerte beber medio litro de cerveza cuando no era esa la cantidad que tu habías solicitado. Cuatro viandantes te ofrecen droga y en la recepción del hotel son más lentos de lo que suele serlo el parto de una primípara. Por su parte, el estuario del Tajo, sigue siendo hermoso, grande y triste.
La ciudad ha crecido, está espléndida y ojalá la crisis poderosa que a todos nos asola y nos lleva a despellejar guiris, -a esfolalos que decimos en gallego, como si fuesen conejos- sirva para recuperar los viejos edificios a fin de que esta capital de todas las nostalgias que es Lisboa, luzca sin los desperfectos propios de la edad marchita.
Ya ven para lo que sirve la afirmación de A., tan cierta. El paraíso solemos tenerlo en casa. En Compostela ya hay algún restaurante que ha sido expedientado cuatro veces por haber abusado de los turistas y ha permanecido cerrado durante algunos meses. Aquí rigen otros hábitos aunque quizá nosotros tengamos también algo de culpa en el trato con el somos generalmente recibidos.
En ocasión de la Exposición Universal de Lisboa, por poner un solo ejemplo, nuestro Ministerio de Cultura descolgó en Lisboa a medio ciento de escritores españoles considerados importantes. En Lisboa. Sin participación portuguesa alguna. Y con un hermoso cartel anunciador en el que la vera imagen de Felipe II se imponía a cualquier otra consideración. Después nos extrañamos de que en los encuentros deportivos en los que, a veces, nos enfrentamos portugueses y españoles el público luso berree aquello de ¡Aljubarrota, Aljubarrota!
Sin embargo, el paraíso también está aquí, al menos si es cierto que es paraíso o lo llevamos dentro o jamás logramos encontrarlo. Mi compañero de bachillerato A. lo lleva dentro y lo disfruta con un corazón grande y bondadoso como el que debe conservar desde el bachillerato. El mío puede que se haya partido varias veces y lo tenga ahora repartido incluso por esta capital de todas las nostalgias en la o te andas con ojo o te birlan hasta la mala sombra.
 

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