Opinión

La mayoría prudentísima

Aun argumento que parece válido y que sin embargo no lo es, pero que pese a todo es presentado como tal, se le denomina una falacia y a un argumento con el que se pretende defendwer o persuadir de algo que es falso suele clasificársele como un sofisma. Vivimos tiempos de falacias y sofismas.
Se habló aquí de los atravesados tiempos que corremos a la vez que también de cómo se retuercen los argumentos con los que los políticos pretenden convencernos de lo atinado de sus diversas propuestas y de sus muy distintas consideraciones, una vez que les han aplicado la curiosa aritmética pos electoral a la que nos tienen acostumbrados. Una aritmética para uso de iniciados que consiste en convencernos de que todos ellos han ganado, a la vez que todos sus contrincantes han perdido.
Quien dice esto que dicho queda, dice igualmente que a los anteriores razonamientos se les suelen añadir las reglas elementales de la gramática parda o incluso cualquier otra medida que los políticos decidan conveniente a la hora de justificarse, autopromocionarse, ellos o sus respectivos partidos, o tomarnos definitivamente el pelo de forma simple, sencilla y al parecer no solo poco complicada sino de óptimos resultados. Pongamos un ejemplo.
Mientras el Gobierno en funciones y su algo descoyuntado partido seguían considerándose salvadores de la patria y artífices de la recuperación económica de España -propiciada por las durísimas medidas de ajustes y recortes que han llevado a cabo en los pasados cuatro años- hace unos días, los periódicos, sin que nadie hasta ahora lo haya desmentido, nos avisaban de que veinte españoles, veinte, oigan, veinte españoles tienen en su poder tanto dinero como otros catorce millones, oigan, catorce millones de ciudadanos españoles, tienen en sus bolsillos. No hacían ni la menor referencia a esos otros cinco millones más que viven si no en la pobreza sí en su umbral y no tienen ni un duro. El resto, unos veinticinco millones más, se da por supuesto que tienen un pasar. ¿Lo tienen?
Hablar de recuperación de la economía española y poco menos que de la salvación de España con estas cifras resonando en nuestros pabellones auditivos suena a cachondeo. Lo que se ha logrado es el desarrollo de manera exponencial de veinte individuos, veinte, bien situados en los aledaños del poder, en detrimento del poder adquisitivo de prácticamente veinte millones de personas más que cotizan a Hacienda en debida forma, pagan las multas que les son impuestas por todo tipo de servidores del Estado, mucho más servidores del Estado que de los ciudadanos que lo sostienen, de forma que parecen más herederos de José María “el Tempranillo” que del Duque de Ahumada, fundador que fue del Benemérito Instituto.
Y cuando no es así son otros cuerpos policiales -herederos de aquellos antiguos guardias municipales, que en nada a ellos se parecen; al menos en cuanto a cordialidad y educación a la otra de tratar con los “civiles”- los que ahora se muestran empeñados en hacer fluido el tráfico urbano a cuenta de poner multas bestiales por faltas que no lo son en vez de, ayudar a los vecinos como hicieron sus antecesores. 
Añadámosle, al millonario y desolador paisaje descrito hace dos párrafos, el formado por los jóvenes que abandonaron sus estudios por no poder pagar las tasas, completado por los que se vieron empujados (cosas de la llamada movilidad exterior) a poner al servicio de estados extranjeros los conocimientos adquiridos en nuestras universidades e incluso los que han emigrado, como mano de obra cualificada o sin cualificar, y completémoslos con el de los miles y miles de empresarios que han cerrado sus empresas cuando no las han trasladado al extranjero con las máquinas y los operarios que las manejaban.
¿Recuperación de España? ¡No fastidien! Enriquecimiento de una selecta minoría en detrimento de una mayoría prudentísima, al menos a juzgar por el comportamiento que esta segunda está teniendo. ¿Por qué lo está teniendo? 
Probablemente porque, pese a tamaño deterioro, todavía vivimos en un país que no es tercermundista, ni mucho menos, en el que el sistema sanitario, con todo, todavía funciona en debida forma, lo mismo que la educación, lo que constituye una demostración palpable y constatable de que, en los treinta primeros años de nuestra democracia, no se hicieron las cosas tal mal como ahora afirman al tiempo que lo de las denostadas autonomías, con todas sus salvedades que se quieran, han servido para algo. 
Pero probablemente también debido a la aparición de los que dimos en llamar partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos que han acertado a sublimar la terrible frustración social padecida por el conjunto mayoritario de la ciudadanía, encaminándola de nuevo a la esperanza, y por que parece que, por fin, el Partido socialista se ha caído de la burra y ha acordado hacer frente a una realidad que no quiso, no pudo o no supo eludir en los pasados años.
Hasta aquí un ejemplo de falacia. Se nos presenta un argumento en apariencia válido, cual es el de la recuperación económica, el del crecimiento económico de España, pero no de los españoles en su mayoría, que se trata de un argumento que, al contrastarlo con la realidad, resulta que no lo, que3 no es válido, que no es justo es en absoluto. Nos queda por resolver si estamos o no siendo inducidos con sofismas a creernos lo que no vemos.
Es posible que debamos evitar ejemplos si consideramos que, en esencia, un sofisma no es más que una falacia expresada con intención de engañar. Veinte españoles son ricos, muy ricos. Veinte millones de ciudadanos son españoles, de donde se debe inferir que veinte millones de ciudadanos españoles son ricos muy ricos, de modo que esta pudiera ser la conclusión a la que se nos quisiera hacer llegar. Algo así como que no todo lo que brilla es oro, el oro brilla, luego el oro no es oro, por poner ejemplos propios de sexto de bachillerato, plan de 1953, cuya cátedra de Filosofía, en el instituto del Posío en el que este escribidor de ustedes lo cursó, estaba a cargo del señor Albendea del que se decía que “es un andaluz que cecea” .Falacias y sofismas. Mentiras y más mentiras que nos envuelven. 
Y mientras la ciudadanía exprimida hasta las heces a fuerza de multas de seiscientos euros por conducir sin cinturón en medio del tráfico urbano o con miles de euros por ayudar a que la situación mejore gracias a la aportación de su trabajo solidario. Pregúntenselo, si no, a esa maestra jubilada que por hacerle un favor a un alcalde -no recuerdo si de Guadalajara o si de Ciudad Real- dio clases de manualidades en una universidad popular y que por tener que haber cobrado por ello una cantidad simbólica de doce euros tiene ahora que devolver veinticuatro mil sin que aquí pase nunca nada ni nadie rectifique.
Y si no nos vale este ejemplo recurramos al de la señora de Valladolid que recibe un euro diario para atender a su marido discapacitado. Recuérdenla, salió a colación durante el famoso debate que enfrentó a Rajoy con Sánchez y todavía no hay noticia de que a nadie se le haya caído la cara de vergüenza.
 Y así, como en aquella película de dibujos animados, hasta el infinito y más allá.

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