Opinión

Mantras, salmodias y otros cánticos

Aestas alturas de nuestra deteriorada convivencia verbal el debate político se nos ha convertido en una sucesión de mantras. Se dice mantras por calificar de un modo más amable, incluso algo místico, religioso por lo tanto, lo que en realidad ese nos ha ido convirtiendo en una retahíla de consignas cantadas con envolvente ritmo de gregoriano, útil para quien lo canta, pero adormecedor y laxante para quien lo escucha.
Lo de laxante debe ser entendido en su mejor acepción, o sea, en el sentido de que sirve para excretar del organismo propio todo aquello que habiendo sido útil ahora resulta desechable al tiempo que, en tratándose del cuerpo colectivo, coadyuva a adormecerlo intoxicándolo, precisamente, con la exhaustiva y monótona repetición de los mantras.
Los hay de muchas clases, los mantras, las salmodias que los acompañan, los cánticos en los que se alargan hasta producir el efecto deseado. No son sólo gregorianos los que nos son recordados por las intervenciones de nuestros tertulianos de guardia, o de servicio. No solo es el kyrie eleison, el que reclama perdón, sino que también lo son los propios de los monjes shaolin los que sirven de apoyo para que nuestros tertulianos de cabecera los repitan hasta el adormecimiento. Y cuando no son shaolin, son los budistas que ensayasen el Sakya Tashi Ling delante del espejo, antes de salir en la pantalla del televisor de nuestra sala de estar, para asomarse desde ella al interior de nuestras casas segundos antes de irrumpir de puntillas en nuestras mentes.
Cierto que esta nueva clerecía, supuestamente intelectual, nos obsequia con muchos más mantras y consignas, con más jaculatorias. También podemos verlos actuar como si ejecutasen bailes o extrañas danzas verbales que cualquiera podría relacionar con las propias del rabino que, en trance de bodas, no es que se le suba el vino a la cabeza, qué va, sino que lo él se sube es la botella a la cabeza, la coloca encima de la kipá y con ella en equilibrio, ejecuta una danza extraña sin derramar una sola gota del precioso líquido que contiene, mientras sonríe mirando hacia los novios y se convierte en el centro de la fiesta. 
Aún nos quedan los mevlevi, los derviches giradores, rotando sobre si mismos, mientras ejecutan una danza que se diría relacionada con la Sema de los discípulos sufís del poeta Jalai al-Din Munhammad Rumi, tan blancos y puros que se dirían inmaculados.
¡Ah, las religiones del Libro, y aun las otras, tienen estas cosas! Compete al lector imaginativo adjudicar a unos y a otros los mantras y las danzas que les correspondan, interpretando sus letanías o asumirlas. ¿Quién nos recordará a los derviches? ¿Los tertulianos adictos a Podemos, girando con los brazos extendidos a riesgo de impartir bofetadas a diestro y a siniestro, ungidos de pureza, y al parecer inmaculados e impolutos, se diría que casi asépticos en el más puro sentido del término? 
¿Y quién al rabino de la botella en equilibrio sobre la cabeza? ¿Acaso los que aplauden al Partido Popular? ¿Siempre a punto de perder el equilibrio y ponerlo todo perdido al derramar el vino espeso y tinto de Barrantes, rico en tanino, excepcional para mitigar las depresiones y neutralizar la grasa del cocido ingerido en tiempo que debiera ser cuaresmal y no pasó de ser propio del Antroido?
¿Y quién al Partido Socialista? ¿Acaso al cántico ortodoxo ruso, siempre a capella, sin acompañamiento instrumental alguno, un coro enfrentado al otro, aquel cantando en griego, el de las viejas glorias de Surennes, esté en eslavo moderno, sin que el pueblo pueda participar en el canto, justo antes de pasarse a cantar en ruso, algo todavía por llegar?
Son solo sugerencias, intercambiables entre si, pues es tal el galimatías producido que el derviche puede acabar recordando al ortodoxo, éste al rabino, el rabino al lama, el lama al shaolin y nadie al papa Francisco, mientras camina balanceándose como el Galatea y de modo parecido a como se balanceaba Fraga en los últimos lustros de su vida. ¡Ah, los tertulianos y sus mantras, sus consignas y sus jaculatorias, sus letanías y sus bailes, sus danzas y otros ejercicios gimnásticos propios de la memoria retorcida hasta el paroxismo y la locura!  
Si Dostoievski reviviese y asomase su dolorida jeta al mundo en el que vivimos todos los conflictos que en su tiempo se planteaban entre las distintas sectas religiosas, que tan bien acertó él a describir en sus novelas, tendría que resituarlos en las distintas sectas políticas que nos asolan Es buena, digna, justa y necesaria la pluralidad, claro que si; como es bueno el baile y que la gente dance hasta el agotamiento, sublimando así las tensiones del diario vivir que nos embarga. Pero es mala la aglomeración del Madrid-Arenas, imprudente la salida a la situación hecha a base de piernas, después de haber sido producida por un afán incontrolado de dinero y la ingenua convicción de que levantando los brazos al ritmo de la música se va a ser más feliz de lo que se fue nunca.
La sociedad que componemos se nos está asentando en músicas y bailes que pueden acabar siendo, cuando no letales, sí al menos obscenos y algo degradantes. La información es buena y necesaria, pero cuando su cantidad y claridad se basa en el bajo coste de producción que la sostiene, siempre los mismos, a distintas horas, en distintas cadenas de radio y variados canales de televisión, el efecto logrado puede ser paralizante, en principio, y agitado y convulso, propio de desordenada estampida, en fin de cuentas.
Puede que acabe sucediendo así cuando ya nadie crea en nada o, lo que sería peor, cuando ya todos crean en todo, en que todo es posible y esto se nos convierta definitivamente en algo mucho más que parecido a un culebrón venezolano.
 

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