Opinión

Inventos para estar debidamente despistados

La cultura de lo breve, hela aquí, en ella vivimos instalados. Lo hacemos olvidado el precepto de que lo bueno, si breve, dos veces bueno; un precepto que poco a poco y de modo algo contradictorio con lo predicado ha ido siendo sustituido por el que lo breve, si más breve, pistonudo. Y así estamos.
En mi niñez o en mi juventud, ya ni me acuerdo, se decía que en el futuro nos alimentaríamos con píldoras. Me lo creí cuando, siendo alumno en la que ahora es llamada Escuela Superior de la Marina Civil -o Escuela Técnica Superior de Náutica y Máquinas pues no sé cuál denominación corresponde últimamente- nos soltaron en medio del puerto a bordo de una balsa de salvamento Duarry en la que se podía sobrevivir durante días alimentándose, precisamente, con unos cuantos pildorazos de los que nos habían anunciado sin que llegásemos a creérnoslo por entero.
Sin embargo la cultura de lo breve no iba solo por ahí o, dicho de otro modo, no iba por ahí excepción hecha de que, los pildorazos prometidos, hayan ido derivando hasta convertirse en esas hamburguesas gigantes que, al menos en tiempos, estaba hechas con lombrices rojas de California (en gallego pontevedrés, miñocas das Corbaceiras) o en esas otras píldoras también gigantes, planas como filloas, que llaman pizzas o en tantos otros inventos de semejantes características generadoras de todo tipo de obesidades excelsas, sí, pero también desorbitadas, cuya enumeración me ahorro a fin de que el amable lector ponga algo de su parte y busque algún otro ejemplo que añadir a los dos que expuestos quedan.
La cultura de lo breve es todavía mucho más cabrona que esta de la ingesta alimentaria en la que las píldoras han crecido hasta ser del tamaño de cualquier empanada medianamente aceptable. Nunca mejor dicho pues es a una empanada mental y colectiva hacia la que todos estamos, ahora ya y brevemente, siendo empujados sin remedio.
Comenzó a ser elaborada, esta cultura de lo breve, en no tan lejanos tiempos, allá por comienzos de los ochenta, pienso yo, cuando el rotativo estadounidense USA Today se empeñó en dar muchas noticias condensándolas como si fueran la leche que tan de moda estuvo en el bocadillo de la merienda; recuérdenla. Se compraba un bote de leche condensada “La Lechera” se ponía a hervir al Baño María y, cuando la leche adquiría el color de la crema, la densidad y el dulzor buscado, se untaba en el lugar en el que mucho mejor hubiera sido que se hubiese dispuesto un buen chorizo, cuando no y preferiblemente incluso unas buenas lonchas de jamón o incluso de un buen queso. Conste que a mí el de chorizo me iba bien.
¡Aquel invento fue la leche! Y además producía un insoportable ardor de estómago que, más de un mal pensado, atribuyó a un generoso espolvoreado de bromuro inhibidor, como se sabe, del apetito sexual. Debió de ser cierto que nos lo daban, subrepticiamente, a traición y con alevosía; pero nos lo daban. Lo he consultado con más de un septuagenario compañero de internado y, la estadística es la estadística, al noventa y dos por ciento nos está empezando a hacer el debido efecto el puñetero bromuro del colegio. El otro apetito, ni el mejor bocadillo de jamón consigue apaciguárnoslo; a al menos a algunos de nosotros.
 Volvamos a USA Today, editado por la Gannet Corporatión, vendía entonces, no sé ahora, dos millones y pico de ejemplares diarios que, curiosamente, se distribuyen o se distribuían (siento no poder estar al día) por la compañía Mcdonald. Su éxito radicó en dar noticias breves, breves y redondas como hamburguesas con salsa de tomate, espolvoreadas con muchas fotografías en color, que trivializaban de tal modo una realidad que siempre era mucho más compleja que la que el periódico reflejaba. Todo con tal de hacer la lectura más fácil y más rápida, menos intelectualmente costosa y mucho menos inductora de cualquier tipo de reflexión al respecto. 
Es de sospechar que fuese ahí y así en donde comenzase el proceso de pildorización de la realidad, administrada en pequeñas dosis que ayuden a que no se cuestione nada, o casi nada, y, en todo caso, poco. Todo con tal de conseguir lectores como fuese. Lo mismo que con las hamburguesas, lo buscado era alimentar tragones de gigantescos bocadillos ingeridos en compañía del contendido de enormes vasos de plástico llenos hasta el borde de cola o de alguna cerveza rubia. No alimenta mucho, pero llena bastante. Y además engorda. ¿Se puede pedir más?
Claro que hubo alguna que otra indigestión. Recuérdese a Jack Kelly, candidato o ganador de un Puiltzer, que al parecer se inventó algún reportaje. El caso es que, de una forma u otra, es posible adivinar la influencia ejercida desde entonces y quien más quien menos ha seguido sus dictados de modo que, si bien se piensa, las llamadas redes sociales han impuesto la doctrina de un modo que pudiera parecer insoslayable. Y no lo es. O no debiera serlo. Depende de nosotros. 
Siempre depende todo de nosotros, de que lo aceptemos o nos neguemos a ello. Los periódicos digitales siguen la consigna desde sus comienzos; primero, lanzándose a ofrecer gratis las noticias que pretendería cobrar vendiéndolas por escrito al día siguiente; después, empezando a condensarlas de tal modo que, en poco espacio, pudiese ofrecer más de modo que todo fuese más trivial y menos reposado, menos inductor de reflexión, más condensado en píldoras…pero no más digerible: llegaron a ser tantas las noticias que acabaron por no ser digeridas, pese a ser tragadas.
Entonces la gente recurrió a Facebook y a Twiter, a Linkedin y a otros inventos de esos que nos mantienen a todos debidamente despistados. Cada uno de nosotros cuelga sus noticias, las fotos del niño o la mascota, la de la tarta del cumpleaños de la abuela o de la triste visita al sillón del odontólogo y de tal modo, creyendo que va a ser leído por todo el mundo, pretende ignorar que sólo su parroquia más cercana se va a enterar, mal que bien, de lo que él ha querido informarle. Como las píldoras-hamburguesas, las píldoras-informativas producen indigestión, obesidad y gases. 
Ser conciso no es condensar tu pensamiento en ciento cuarenta y tantos caracteres y ser moderno y actual no consiste en hacer más fáciles los algoritmos que den cuenta de nuestras tendencias y de nuestros gustos para que, una vez conocidos y debidamente comercializados, sirvan para que de matute se nos cuele información sobre mascotas y otras debilidades del espíritu, firmemos manifiestos impensables o suscribamos actitudes engañosas.
El conocimiento no se expende en píldoras, la imaginación no consiste en ocurrencias más o menos breves, la alegría no es únicamente una carcajada y el asombro no tiene nada que ver con la mimética que utilizan los jurados de tu si qué sí o de cualquier programa de televisión que juegue con la esperanza o la necesidad de unos cuantos desasistidos de la fortuna para que a cuenta de ellos se crezcan los triunfadores.

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