Opinión

"Inquedanzas, tempo libre e revoltas"

De vez en cuando, los del chat ese del que tanto les hablo a ustedes, se enzarzan en discusiones que se me antojan peregrinas y que, incluso, llegan a irritarme. Por eso procuro mantenerme al margen y pensar, como ya nos fue indicado por Plinio (II,7,25) que "no existe razón que no tenga otra contraria" acaso porque sea yo un irredento relativista que cada vez cree en menos cosas, en menos verdades irrefutables, o, lo que es peor, cada vez sea más capaz de creerse cualquier cosa. Por eso recurro siempre a estas divagaciones que, sino para otra cosa cualquiera, al menos sí sirven para sosegarme el ánimo; el mismo ánimo que siempre se me dispara a causa de mis compañeros de bachillerato.
Montaigne nos habla de esto que les digo. En realidad, Montaigne nos habla de casi todo y quizá también por eso fue por lo que Mitterrand puso sus "Ensayos" poco menos que como libro de texto de todo el funcionariado de la República Francesa. ¿Se imaginan ustedes al actual presidente de gobierno imponiendo una medida semejante? ¿Son capaces, entonces, de imaginarse a la funcionaria de la gerencia del rectorado de la Universidad Rey Juan Carlos recitando a dúo, con la autora de la eximia frase "tengo ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles os jodéis", recitando aquello de "Caperucita Roja visitará a la abuela que, en el poblado próximo, sufre un extraño mal, Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene un corazoncito tierno como un coral"? ¿A que no? ¿A que no se la imaginan?
Pues no pocos de los del chat tampoco, sino no perderían el tiempo en luchas de moros y cristianos como algunas veces hacen. Lo que sucede es que como de modo harto afortunado no son políticos en ejercicio, llegado el momento no sé si preciso o ineludible, unen intenciones y afanes, se ponen de acuerdo y luchan por algo. Desde por restablecer la convivencia y la placidez del trato afable y las bromas sempiternas, hasta por afrontar un fin común y emplearse en alcanzarlo en un proceso de madurez que para si, perdón, que para nosotros quisiéramos que tuviesen los políticos.
En ocasiones me pregunto porque los políticos carecen de ese instinto cuando son tan pródigos en otros. Hoy, gracias a Montaigne, creo que me estoy aproximando a su comprensión, de nuevo gracias a la lectura de la que el maestro dice ser una muy hermosa y verdadera sentencia, esta: "Ningún bien puede darnos placer salvo aquel para cuya pérdida estamos preparados". Sucede que el político nunca está preparado, es absoluta y completamente remiso a bajarse del machito, a la pérdida del poder, mientras que la mayoría de los ciudadanos sí estamos preparados para lo que se nos venga encima. 
Habrá quien se pregunte cómo me atrevo a decir esto habiendo sido como fui político durante un tiempo pero es precisamente por eso por lo que sé muy bien lo que estoy diciendo… al fin y al cabo han pasado treinta años desde que fui apeado o, si lo prefieren, desde que me caí de la burra esa que generalmente se conoce como "el machito" pero cocea con idéntica elegancia. El caso es que ningún bien puede darnos placer salvo aquel para cuya pérdida estamos preparados. He ahí la esencia de las palabras de los políticos que nos causan placer son las que encierran promesas porque estamos más que requetepreparados para darlas por perdidas a la vuelta de una esquina o de las primeras elecciones.
El otro día, Juan Alberto Casalderrey, uno de mis compañeros del Instituto del Posío, uno de los del chat, envió al director de este periódico una carta furibunda en la que ponía caer de un burro (siempre anda algún asno por en medio) a quienes llevan años prometiendo una solución al problema que tienen quince personas afectadas de alguna discapacidad. Viene sucediendo así desde que prescindieron de su mano de obra para mantener limpios y hermosos los jardines de esta ciudad que no será la de los prodigios pero que en ocasiones lo parece. En su escrito Casalderrey tiene más razón que un santo.
En cuarto de bachillerato éramos noventa y siete alumnos en el aula de modo que, entre repetidores de reválida, nuevas incorporaciones, ausencias varias, alguna que otra incorporación o fallecimiento y la suma de nuestras compañeras, pongamos que lleguemos a sumar ciento y medio de personas de las que al menos la mitad participamos en el bendito chat y reaccionamos ante la epístola -ad efesios, por no decir a esos adefesios- que Juan Alberto escribió para que fuese publicada en estas páginas. ¿Cómo? ¿Cómo reaccionamos? Pues juramentándonos para apoyar el cumplimiento de las promesas hechas en su día, en razón de la justicia y de la necesidad de que la situación de este pequeño número de personas sean afrontadas de una bendita vez.
Cuento todo esto, ahora y aquí, porque otro de mis condiscípulos, hombre de una nada dudosa derecha, resumió muy bien nuestra disponibilidad, no solo laboral, sino también de ánimo, una vez llegada la hora de aunar esfuerzos a un fin común y del mismo modo en el que está sucediendo en tantos órdenes de la vida ciudadana: "Todo funciona ben, Pepe. Os que daquela eramos xóvenes con inquendazas e tempo libre para facer revoltas, hoxe somos vellos con inquedanzas e tempo libre para facer revoltas". Le di tanto la razón que no me resistí a la tentación de ayudar un poco a hacer ruido. Y más que haremos.

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