Opinión

Los hombres, igual que hace dos mil años

Es mucho más que probable, es casi seguro, que hoy quede demostrado, una vez más, que, la consideración de que el hombre es un ser racional se trata de una hermosa pero mera hipótesis de trabajo.
Hablábamos aquí mismo el otro día, es decir, el jueves pasado, de los mosaicos de Pompeya en los que se reproducen las formas y colores de los peces que, hace dos mil años, poblaban las aguas de la bahía de Sorrento; de ese barrio de Nápoles, al que siempre hay que volver si aceptamos lo que la canción nos aconseja. Son los mismos peces de ahora y siguen haciendo las mismas cosas que hicieron siempre; por ejemplo, comerse unos a otros; por ejemplo, esconderse unos de otros; por ejemplo, huir tan pronto se vislumbra algo de peligro y dejar siempre patente que el pez grande se come al chico.
Si uno recorre Pompeya y lo hace bajo este sol de junio que luce vigoroso podrá comprobar que aun quedan en sus paredes las que podemos llamar pintadas electorales de hace dos mil años e imaginarse el tipo de promesas que hicieron soñar a los electores de entonces con un mundo mejor, definitivamente poblado de seres buenos, inteligentes y constructivos, dispuestos a dejarse la piel en busca del bienestar de los ciudadanos. Dicho en gallego, al final y generalmente se encontrarían con que eran todos uns bos peixes. 
rodean y señalan. ¿Estamos en condiciones de suponer que lo que hoy salga de las urnas provocará las reformas legales sin las que, en el pobre entender de quien escribe, el marasmo en el que nos estamos hundiendo pueda ser eludido? Al menos es de desear que sí.
¿También es de esperar? Ahí ya podemos sostener más de una duda. El otro día, en un periódico de Madrid, venía una viñeta conteniendo unos dibujos –las caricaturas de los cuatro líderes en liza- que reflejaban la realidad mucho mejor de lo que pudiera hacerlo el artículo más sesudo. Sentados a una mesa, uno de los líderes, sostenía en su mano una baraja con la que al parecer quería jugar al tute subastado; enfrente tenía a otro de los cuatro que observaba atentamente las fichas de dominó debidamente dispuestas en tanto que, los dos restantes, observaban totalmente concentrados los escaques de un tablero en el que uno de los dos tenía colocadas las fichas de ajedrez y el que se enfrentaba a él movía las piezas de un juego de damas. Ya me dirán ustedes.
El comportamiento humano, como el de los peces, sigue siendo en otro orden de cosas, el mismo de hace dos mil años. Iguales las ansias, idénticas las esperanzas, semejantes las frustraciones, de modo que sigue siendo válido aquello que dijeron los romanos y popularizó Thomas Hobbes: homo homini lupus… el hombre es un lobo para el hombre. No nos llegaba con ser todos uns bos peixes sino que además ahora seguimos en manada mordiéndonos los unos a los otros.
Por eso estas líneas terminan hoy queriendo inducir a una reflexión serena que conduzca a los indecisos a acudir a las urnas para votar del mejor modo que entiendan. Solo la participación y el triunfo de la tolerancia y el respeto nos alejarán de ese camino al que hemos sido empujados y en el que nos mantenemos. Solo esa participación masiva obligará a los políticos a jugar todos el mismo juego, sea este el tute, el dominó o el juego de damas; mejor el ajedrez, claro.
También por eso no es hora de buscar culpables sino de atisbar soluciones a través de una votación serena y reflexiva que, antes que nada, tiene que ser consecuencia no tanto de los afectos que nos legó la educación recibida sino la observación de lo que los últimos años nos han ido deparando de las manos de unos y de otros.
Votar en masa debería constituir hoy la demostración palpable de que la ciudadanía espera participar de forma activa en la solución de los problemas que la atenazan. De producirse esa afluencia masiva tan deseable podrían deducir los políticos que no todo está en sus manos y que deberán hilar muy fino en el futuro de forma que empezasen a acomodar sus palabras y sus hechos no fuese a resultar que, a la vuelta de unos meses, las urnas se lo reprochasen. Sólo así empezaríamos a salir del pozo, jugando todos a lo mismo: a la reconstrucción de un país y no a la defensa de los intereses de un partido.

Te puede interesar