Opinión

Conocer las reglas, someterse a las reglas

Se hace difícil imaginar que haya quien tenga algún reparo en admitir que vivimos tiempos atravesados y, además de difíciles, complicados; es decir, tiempos en los que se nos atragantan las disposiciones que nos los rigen, a los que formamos parte de lo que siempre se llamó el común de los mortales, y que son dictadas por los que –en lo pocas oportunidades electorales- no hemos elegido nosotros para que nos gobernasen, sino la cámara de nuestros representantes que, visto lo visto y vivido lo vivido, no nos representan tanto como hubiésemos esperado y sería justo desear.
Nuestro sistema es parlamentario; quiere esto decir que nosotros elegimos diputados a aquellos a quienes los partidos nos propusieron que eligiésemos y estos, una vez elegidos y ya en el Congreso de los Diputados, eligen como presidente a quien mejor les parece. El vulgo, o séase nosotros, la ciudadanía, no elegimos a quien ha de presidir el gobierno del Estado. Lo eligen los partidos, a través de sus diputados, luego de todos los cambalaches y acuerdos imaginables y aun algunos más de propina que ya son algo más difíciles de imaginar..
 Conviene recordar estos extremos porque, al ser los tiempos tan complicados como son, las argumentaciones -a favor de una cosa o de otra que tenga que ver con la realidad política- se pueden retorcer y de hecho son retorcidas hasta el paroxismo, hasta el agotamiento de quienes las escuchamos, día si, día también, viniendo unas veces de unos, de otros otras veces.
Salvo la obtención de una mayoría absoluta, es decir, salvo en el caso de que el partido ganador obtenga ciento setenta y seis diputados, la composición de un gobierno se decide en los pasillos del Congreso, en el Salón de los Pasos Perdidos, también en algunos despachos importantes, incluso en las sedes de los partidos, sin duda que en los restaurantes de las afueras urbanas que cuenten con comedores privados; en fin, en los sitios más insospechados y, por qué no, también en alguno oscuro.
Todos esto no quiere decir que no se retuerzan los argumentos en un sentido o en otro -que vaya si se retuercen hasta exprimirlos como limones de los que solo un inspector de Hacienda de la cuerda de los Montoro’s Boys sería capaz de obtener jugo- sino que confirma y avala la posibilidad de que así suceda llegado el caso de exprimir las argumentaciones que avalen, ya que no determinadas tesis sí concretas posturas, hasta conseguir que se nos antojen como lo que los argentinos definirían como una pura macana. 
Piénsese, a los efectos citados en el párrafo anterior, en el caso catalán y en todo lo que hemos oído al respecto del gobierno de Puigdemont “salido de las urnas” y consideremos si es mentira que de donde ha salido, de acuerdo con las reglas del juego establecidas, es del conjunto de parlamentarios catalanes surgidos, estos sí, de las urnas. Pero mientras esto no ha sido así hemos escuchado todo tipo de falacias. Lo mismo que está sucediendo ahora, en el momento de escribir estas líneas, hace justamente una semana, en tanto que el Jefe del Estado está llamando a consultas a los diferentes partidos y nosotros permanecemos ajenos por completo al complejo proceso del que, esperemos, ha de salir nuestro presidente de gobierno.
Estas obviedades, por las que me disculpo con los lectores avisados, explican y aclaran la necesidad de una pedagogía política que, desde que somos niños, nos aclare a los ciudadanos en manos de quiénes estamos y por qué, cómo funciona un gobierno y para qué, que es el Estado y si su aparato administrativo está para servir a la ciudadanía o si es esta la que está al servicio del Estado tal y como parece poder ser deducido vistos los últimos años en los, el tal aparato, se ha volcado en la destrucción de la clase media y el destrozo de la economía de la mayoría de los españoles, so pretexto de salvar España sin tener en cuenta que esta no es una entelequia sino el conjunto, mondo y lirondo, de sus ciudadanos, no una parte mínima de ellos.
La tan manoseada educación en o para la ciudadanía debiera tener muchas menos carga ideológica o religiosa de la que hasta ahora ha tenido y dedicarse a explicar por lo menudo desde extremos como los que quedan reseñados hasta el mejor modo y manera de cómo comportase en las oficinas del Estado, qué derechos nos asisten y qué deberes nos obligan si queremos ser ciudadanos cabales. Lo demás son monsergas oportunistas cacareadas en los momentos considerados necesarios.
El mundo, nuestro mundo, gira para algunos en torno a Madrid y la argumentación de que el segundo partido más votado en el conjunto de España ha quedado en cuarta posición en la capital de España parece ser que invalida cualquier pretensión que esté amparada, porque está así establecido, en las reglas de juego que todos aceptamos; dicho sea a modo de simple ejemplo porque hay muchos más, muchísimos más, de modo y forma harto lamentables y en un sentido o en otro; es decir, a izquierda y a derecha.. 
Los ciudadanos tenemos derecho a que se nos expliquen debidamente las reglas de juego por las que hemos de guiarnos y el Estado, los políticos que atienden su gobierno y los funcionarios que desarrollan las medidas que aquellos dictan, están en la obligación de hacérnoslo saber y entender y no solo en someternos a ellas; que eso ya lo hacemos nosotros por la cuenta que nos tiene. 
Vivimos tiempos difíciles en los que cualquier temeridad es posible, cualquier prestidigitación esperable, de forma que cualquier sorpresa o invención, cualquier indefinición, cualquier chascarrillo, anécdota o pirueta pueden acabar convertidas en categoría y siendo presentadas como el colmo de la imaginación creadora. Acabamos de ver como el Jefe del Estado le encarga la formación de un gobierno a un candidato a presidirlo y este le responde que no, pero que sí y que en cien años todos calvos, que ni sube, ni baja, ni todo lo contrario, pero que la escalera es suya y aquí nadie explica nada, nos limitamos a abrir la boca y a esperar a ver que pasa. Y así no se va a ningún sitio.

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