Opinión

Condenados a ser libres

Los de mi generación, la ahora tan despreciada por los de las que nos siguen, nacimos en medio de todo. Lo hicimos sin mérito alguno por nuestra parte. A casi todas les sucede lo mismo. Ahora en virtud de los muchos años que, según su entender, nos separan de ellas (¡ingenuos, ya verán que pronto se llega a viejo!) esas generaciones nos observan creyéndose estar lejos, tan distantes y ajenos se sienten, mientras sonríen asomando el colmillo por debajo de la comisura de los labios. ¿Se acuerdan del perro pulgoso de los dibujos de Penélope Lamour? Pues así. 
Ignoran que nacimos a la vida racional revestidos todavía de aquel aura con la que, una vez mediado el siglo XIX, éste, había distinguido no solo a nuestros abuelos sino que había extendido sus alas incluso hasta nuestros padres; es decir, que nacimos a la vida racional teñidos todavía de romanticismo. 
Por eso en seguida nos hicimos existencialistas. Alguno de nosotros se quedó en Kierkegaard, los demás pasamos directamente a Jean Paul Sartre y memorizamos que el hombre es libre y está condenado a serlo; que el infierno son los otros y todo fueron máximas así, sencillas y algo extravagantes, que conformaron nuestra juventud y, de paso, nuestra primera madurez.
Está excusado recordar que, cómo no, los más de entre nosotros padecimos el miedo a la libertad que predicó Erich Frömm y que, por ello, quedamos avisados contra las trampas del consumo y la estandarización cultural que él había anunciado y que, de modo que se me antoja indudable, seguimos padeciendo. Por eso seguimos temiéndonos que su advertencia sea cierta. Y que vaya a más. Frömm nos avisó de que el peligro del pasado era que los hombres fuesen esclavos mientras que, el peligro del futuro, es el de que los hombres se conviertan en robots. ¿Estaremos ya en esas?
Ahora que todo indica que, de seguir así, regresaremos a un nuevo medievo en el que la mayoría de nosotros se convertirá en siervo de una gleba estandarizada y sumisa, atenta y servicial para con una selecta minoría compuesta de chinos multimillonarios o para con otra, menos cruel, sí, menos dura y más respetuosa con una serie de libertades, tan formales como al final inútiles, que está al cargo de millonarios wasp (blancos, anglo sajones y protestantes, recuérdenlo) en la que la robotización humana, señalada por Frömm, se ofrece ya como definitivamente posible, ahora, cuando todos los indicadores señalan ese camino, quizá sea llegado el momento de echar mano de aquello que cantaba Antón Reixa: “¡estamos en guerra, conviene reflexionar!”, surgido, acaso, de la afirmación de Warren Edward Buffett: “hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”, que a mi me parece tan coincidente con lo expresado por Alberto Ruiz Gallardón cuando afirmó que “gobernar es repartir dolor”.
Dicho esto, recordemos que en una semana volveremos a votar; lo que es tanto como decir que volveremos a ejercer la condena de ser libres conjurando el miedo a esa libertad que al final siempre resulta dolorosa pero que nos convierte, al menos en alguna medida, en seres dignos y todavía algo distantes de la robotización tan temida por Frömm y tan próxima si una piensa en los hooligans ruso-británicos arreándose mamporros o en la policía francesa, haciendo gala de una robotización extrema mientras decenas de agentes, unos tras otros, la emprenden a porrazos y patadas con un manifestante recién caído al suelo.
Sucederá, esto del re-voto que nos espera, en estos días, lejanos de los del existencialismo, superado el ánimo de los nietos beatniks de este y también de los de sus bisnietos hippies, instalados que ya estamos en medio de esta marabunta de hipster amiga de los lentes wayfarer, los pantalones pitillo y los colores chillones, mientras en los aledaños de los campos de futbol esa otra mucho más numerosa marabunta humana se rompe la crisma mutuamente y, no tan lejos como sería de esperar, los yihaddistas queman vivas a aquellas mujeres que se negaron a mantener relaciones sexuales con ellos.
En medio de todo esto, volveremos a ejercer nuestra condena de votar libremente, es decir de re-votar y de estar a punto de coger un rebote de ese de Dio-lo-vexa, por lo que habrá que intentar hacerlo alejados de cualquier romanticismo, reflexionando muy bien acerca de quién sembrará dolor y quién bienestar una vez asumidas las labores de gobierno. A veces el infierno no son los demás sino que está en nosotros mismos. Que ustedes lo voten bien.

Te puede interesar