Opinión

Bicarbonato para el hambre

Hace una semana continuábamos partiendo de la misma falacia. ¿Cuál? La de afirmar que debe gobernar la lista más votada, cuando no es así y no lo es en absoluto. Debe gobernar aquel partido que concite mayor respaldo parlamentario. El que cuente con más votos de los diputados en el Congreso. Esa y no otra es la regla del juego. Por eso decimos que la nuestra es una democracia parlamentaria. Son los parlamentarios quienes eligen al presidente del gobierno, no los ciudadanos. A quienes los ciudadanos eligen es a los diputados para que estos elijan al presidente.
Si aplicamos la falacia es evidente que debe gobernar el Partido Popular. La pregunta es para qué y durante cuánto tiempo. ¿Cuántos meses se cree que podría durar un gobierno del PP con el juego de mayorías y minorías que actualmente hay en el congreso? ¿Merece la pena aferrarse al poder con tamaña contumacia como la demostrada por el actual presidente en funciones?
El problema es que, en unas terceras y no improbables elecciones –tengan lugar estas dentro de un par de meses o tres o quizá a la vuelta de un breve gobierno del actual partido en el poder- volverían a dar prácticamente los mismos resultados, diputado arriba, diputado abajo, casi se diría que sin lugar a dudas.
En las encuestas personales que todos realizamos de una forma u otra manera nadie, o casi nadie de nuestros allegados, confiesa haber votado al partido que lidera Mariano Rajoy. Parecería que les avergonzase haberlo hecho. Si esto fuese así no sería de extrañar. Es de difícil digestión asegurar tan tranquilamente que uno votó al partido con mayor índice de corrupción conocido, con mayor número de disparates cometidos, sustentador de un gobierno en el que su ministro del Interior confiesa que oye voces –la de Marcelo, su ángel de la guarda personal, que le ayuda a aparcar el coche- otra miembro del gobierno condecora a una advocación mariana a la que encomienda la solución de concretos problemas de los ciudadanos o recibe constantes desmentidos de sus afirmaciones sobre el paro, la caja de pensiones, el déficit público y no se sabe cuántas realidades más que el gobierno niega constantemente frente a los avisos que recibe de Bruselas. Realmente difícil y complicado es asegurar que uno apoya y consolida tal forma de proceder sin que se le venga el rubor a la cara y lo deje en evidencia.
Urge no un gobierno de coalición nacional que dejase al PSOE a los pies de los centauros de Podemos -mediáticos, televisivos, pero centauros- sino un gran acuerdo de todos, todos los partidos, para proceder a una reforma inmediata de la Constitución, en la que la ley electoral, la ley de financiación de partidos y la que rige elección del presidente de gobierno, por empezar por algún sitio, fuesen reformadas para acabar con una situación que, según todos los indicios, no se va a ver resuelta con unas terceras elecciones.
Eso o la inmensa muestra de generosidad personal y de acendrado patriotismo del actual presidente en funciones, seguido de no pocos de sus ministros, optando por retirarse para dar paso a una nueva composición del gobierno en la que figurasen aquellos que no están marcados por ninguna de las lacras que los casi cinco años de ejercicio del poder han dejado en casi todos ellos.
La actual directiva del PSOE, al tiempo que la de Ciudadanos o la de Unidos Podemos, al menos de momento, están libres de la mayoría de esas lacras que laceran no solo al PP sino a toda la sociedad española significativamente a los más de entre sus votantes consentidores tácitos de sus ministros y ex ministros, ministras y ex ministras, de sus tesoreros o sus alcaldes y alcaldesas, presidentes de diputaciones o embajadores en distintos países de este planeta que cada vez se nos está haciendo más pequeño y cualquier día revienta.
¿De verdad alguien cree que en unas terceras elecciones se obtendría un resultado sustancialmente distinto de los dos obtenidos hasta ahora? Urge actualizar las leyes, ponerlas al día, ajustarlas a la realidad reinante. No hacerlo es como si, teniendo hambre y para mitigarla, tomásemos bicarbonato. Y ya es sabido que, cuanto más sea la ingesta de bicarbonato, mayores pueden ser el eructo, el regüeldo o la vomitona. Breogán nos coja confesados.

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