Opinión

Éxito de la caridad

Fue por esta época, en el año 2013, cuando los medios de comunicación tañían las campanas del viento para despertar los corazones y avisar a los ciudadanos de buena voluntad. Con los símbolos de la Navidad bajando hacia las aldeas llamadas Belén de corcho y barro, con reyes magos sin magia, pastores sin pastos, ríos sin agua y escacha de harina, las campanas de la crisis llamaban a la caridad solidaria con un sonido de bronce viejo y olvidado. 
Antes de que Papá Noel surgiera en el horizonte, Cáritas lanzaba al mismo aire unas alarmante cifras sobre el crecimiento de la pobreza en España y en 2014 se desvelaba que estábamos a la cabeza de las necesidades alimenticias de Europa. La Unicef advertía que dos millones de niños sufrían riesgo de pobreza y que el 27% de la población ya era pobre. El ministro Luis de Guindos negó cifras y datos sin sumar en el haber lo que enrojecía en el debe. Por aquel entonces también había inmigrantes y un 45% de ellos estaba al borde de la indigencia. 
Por aquel tiempo los Bancos de Alimentos brotaron como setas en todos los rincones del país. La crisis nos había devuelto a los años de “Ustedes son formidables” con pedigüeño Alberto Oliveras en la Cadena SER, de las Hermanitas de la Caridad pidiendo limosnas para cuidar ancianos, de las colas en La Cocina Económica, del Auxilio Social con la leche en polvo… 
Había vuelto el tiempo de la caridad colectiva, pero teníamos esperanzas: la reforma laboral, el rescate de la banca, los recortes sanitarios, la nueva ley de educación, la FP para todos, las universidades más caras, la emigración de los jóvenes –perdón, la movilidad laboral-, el regreso de los inmigrantes a sus orígenes,  el austericidio… Y en aquel 2014 vimos por primera vez la celebración, a cinco columnas en todos los rotativos, del éxito de la recogida de comida no perecedera. Fueron casi las mismas toneladas que las sumadas este año y que se repitieron al siguiente.
En 2016 De Guindos nos dijo que la crisis había llegado a su fin. El hambre no. Hemos avanzado porque ahora tenemos una bien organizada Federación de Bancos de Alimentos, contamos con 129.000 voluntarios y, además, orgullosamente estamos a la cabeza de los países donadores. No nos superan ni Portugal, ni Grecia y en este mes hemos vuelto a llenar los almacenes con otros 22 millones de kilos contra la miseria de los sin trabajo, de los sin recursos, de los sin ayudas oficiales… Para favorecer a ese 29,2 % de ciudadanos en riesgo de pobreza, más de trece millones setecientas mil personas.
Después de casi cinco años de trampantojos políticos, de ocho años de crisis inducida por la globalización, de creciente resignación colectiva, las cifras siguen sangrando, el hambre y la caridad se han hecho crónicas. Hemos dejado que se nos cuele la gran paradoja de considerar un éxito la solidaridad contra la miseria evitable si utilizáramos políticas económicas sociales, valientes y efectivas. El éxito de la caridad es siempre un fracaso político. No nos engañemos.
 

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