Opinión

Estaban verdes

Quizás tendremos que aguardar a que Alberto Núñez Feijóo escriba y publique sus memorias para conocer la verdad exacta sobre qué le llevó a no luchar por la sucesión a Mariano Rajoy. El planteamiento del evento, en la declaración de la renuncia, era el escenario adecuado para iniciar una campaña a favor de la batalla, no para la firma del armisticio. Sorprendió, confundió y, a la gran mayoría, no convenció. Transmitió que las uvas aún estaban verdes.
Pero seamos justos con el presidente del PPdeG y de Galicia. Políticamente el portazo parece la cobardía de un líder que ha meditado, consultado a sus iguales, sopesado los pros y contras y, además, en el río revuelto no tiene seguros los apoyos orgánicos para triunfar. En ese caso, ¿le valdría la pena cambiar el prestigio de las dos presidencias gallegas por la inseguridad de un fracaso nacional? Humanamente, semejante temor es aceptable. Y políticamente, que levante la mano quién esté dispuesto a cambiar un sillón de oro en tierra firme por el duro banco de una galera sin viento en las velas. Los patriotismos de boquilla son fáciles, pero en los pasos al frente priman los egoísmos individuales.
De seguir funcionando la dedocracia tradicional del PP, si Mariano lo hubiera designado sucesor, ¿habría aceptado el reto? Una vez perdido el Gobierno, agudizadas las luchas internas y a la espera de un rosario de sentencias judiciales contra destacados cargos populares, lo más sensato habría sido mantenerse en la sala de espera. ¿Entonces, por qué ha alentado la imagen de sucesor de consenso? ¿Por vanidad? ¿Porque nunca imaginó el descalabro de Rajoy? ¿Porque sintió la presidencia del Estado en la yema de los dedos? ¿Por falta de seriedad? ¿Porque no sabía que los sueños y los cálculos personales en la vida pública nunca cuentan con un seguro a todo riesgo? Hay tema para escribir un tratado.
Podemos hacer otra lectura personal para responder al portazo, que seguramente ni la haya valorado conscientemente el personaje. Feijóo pisa los 57 años, a los que debería sumar seis, tiempo para reformar y reorganizar el PP en la oposición, antes de tener opción real de formar un nuevo Gobierno conservador en La Moncloa. Si no lo lograra a los 63, a los 67 –para optar de nuevo- habría empezado a ser un político amortizado con una década de conflictos a sus espaldas. Un calendario, por tanto, vitalmente nada atractivo.
Así las cosas, ¿qué panorama político le aguarda a Núñez Feijóo en el futuro inmediato? Uno, no le queda más remedio que mantenerse como un valor positivo dentro del PP, sosteniendo la paz y el poder en la Baviera hispana, soñada por Fraga. Dos, deberá empezar a valorar presentarse a una cuarta reelección a la Xunta, algo que desde hace años no está en sus cálculos e intenciones. Y tres, si decide no concurrir en 2020, deberá colocar sobre la mesa el tablero de la sucesión, que ya le reclaman algunos sectores de su partido. El calendario juega en su contra.
Y en verdad, pienso que la húmeda emoción de Feijóo, en el acto del martes en Compostela, tenía detrás más enjundia de fin de carrera política personal que de compromiso con Galicia, como nos contó imaginando las uvas verdes.

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